Vidas del alma máter: los “tíos” de la universidad

Por: Juan Carlos Poblete

Las historias de dedicación y cariño de la gente que día a día echa a andar la Ufro y que, muchas veces, ignoramos.

No hay egresado o estudiante de la Universidad de La Frontera que no haya comido al menos una sopaipilla de la “Tía Bacteria”. Su carrito azul se ha transformado en una verdadera tradición mística de la Ufro, llevando años ubicado la vereda de calle Montevideo. Estoico e impermeable ante la lluvia, ha resistido innumerables inviernos emanando su característico olor a fritura, cautivando a aquellos estudiantes que cruzan el paso de cebra que conecta hacia el sector de la Facultad de Ciencias Agropecuarias, la Escuela de Pedagogía, y los departamentos de Trabajo Social y Psicología. Pero la Tía Bacteria no es la única que lleva años interactuando día a día con miles de estudiantes.

Algunos más conocidos que otros. A veces ignorados, pero también muy queridos. Son los trabajadores cuya jornada laboral cotidiana transcurre en la Ufro.

DESDE FFCC A LA UFRO

trabajadoresufro3_novatoCon una sonrisa alegre y siempre dispuesto a conversar con cualquier alumno que se quedó afuera porque llegó atrasado está Jorge López (49), auxiliar destinado al segundo piso del pabellón “D”. Con 24 años como trabajador en la Empresa de Ferrocarriles, López cuenta que tener turno “de mañana” es menos duro que su antiguo trabajo, a pesar de que le significa levantarse antes de las cinco y media para llegar a las 6:45 a la universidad. Todavía en tinieblas, se encarga de verificar la situación de cada sala y afinar detalles de aseo y calefacción, además de ordenar los sillones y mesas que, a media tarde, ya están desordenados a lo largo del pasillo. “Hay que tener paciencia con los alumnos, sobre todo con los de primer año. Pero es agradable, porque uno conoce mucha gente. Los alumnos y profes son muy simpáticos conmigo”, afirma.

Son varios los funcionarios de la Ufro que dicen sentir el cariño de los alumnos. O “los cabros” como les dicen. Así lo ha notado Jorge Muñoz, quien entró hace seis meses a trabajar como guardia de seguridad y que regularmente debe hacerse cargo del “bicicletero”, el espacio designado para custodia de bicicletas al lado de la micro naranja, el tesoro móvil patrimonial universitario. “Los chiquillos siempre saludan, agradecen y se despiden con mucha buena onda. Y eso ayuda mucho a que uno se sienta bien en el turno”, relata Muñoz, tomando su radio en la que se comunica con los demás guardias del recinto.

TODA UNA VIDA

trabajadoresufro2_antiguoPero también hay personas que han crecido junto a la universidad. Tal es el caso de José Gajardo, quien entró a trabajar a los 19 años como auxiliar en la ya extinta Sede Temuco de Universidad de Chile. Previa a la fusión que dio vida a la Ufro, Gajardo cuenta que el terreno del actual Campus ‘Bello’ parecía una “escuela chica”. “Estaba la entrada, habían dos pabellones y lo principal de oficinas, nada más. Había pocos alumnos en ese tiempo. Todos llegábamos a trabajar en bicicleta o en micro y nos conocíamos entre todos”, cuenta sonriendo mientras limpia con prolija dedicación un vidrio de la puerta del pabellón “E”. Su trayectoria como funcionario por 43 años le valió un reconocimiento de parte la universidad, algo que él aprecia, más aún pensando que el próximo año se jubila. “La U ha cambiado harto. Ahora hay muchos vehículos, se hace todo más rápido y con máquinas. Antes todo era a mano. Movíamos la universidad a puro ñeque”, afirma.

Los auxiliares contratados por la universidad pertenecen a la División de Servicios, área encargada de “velar por la seguridad y bienestar de la comunidad universitaria”, según la misión que es supervisada por la Vicerrectoría de Administración y Finanzas. Pero, además de ellos, hay personas externas que también han pasado gran parte de su vida dentro de la universidad, y no precisamente haciendo clases o trabajando en proyectos de investigación.

Imprimir y fotocopiar son actos bastante cotidianos dentro del quehacer universitario.

trabajadoresufro1_manuelrecabarrenDentro del edificio de la Facultad de Humanidades –y con la cortesía que lo caracteriza– está Miguel Recabarren. A pesar del ruido de la fotocopiadora, “don Miguel” siempre mantiene encendida su radio. Es bombero honorario de la Cuarta Compañía de Temuco e incluso fue nombrado “voluntario insigne de Chile” el año 2013, al cumplir 50 años de actividad. Una vida de dedicación y esfuerzo que pasa desapercibida en medio del constante ajetreo académico de todo aquel que pasa frente a su estrecha oficina, siempre llena de hojas por fotocopiar. “Uno igual siente el cariño de los chiquillos.

Hay un trato con cariño de ellos y yo los comprendo y los ayudo. Eso hace sentir bien”, dice Elena Navarrete, conocida también como “la Tía de la casita de Humanidades”, lugar que hace más de 20 años almacena varias máquinas de impresión y fotocopia que muchas veces no dan abasto ante tanta demanda.

Cuando el día cae, la luz de la oficina de Walter Rodríguez (52) sigue encendida. Debe estar hasta que ya no entren más estudiantes a la Biblioteca Central, asignándoles llaves para que guarden sus mochilas en estantes antes de ingresar a la zona de préstamo de libros. Los atardeceres oscuros y fríos de otoño, que recién empieza, los observa desde su ventanilla, la misma por la que ve pasar a los más de tres mil estudiantes diarios que circulan por el edificio. “Yo entré a trabajar de auxiliar en el Departamento de Ingeniería Eléctrica el año 1991, cuando estaba cerca del mall abandonado en la Salida Norte. Después trabajé en Rectoría, con Heinrich von Baer, y luego de eso estoy acá. Tranquilo y contento”, asegura sonriendo.

trabajadoresufro4_pasilloDLuis Suárez, otro funcionario de la Dirección de Bibliotecas y Recursos de Información (Dibri), ganó un concurso literario de poesía en Lebu. Sus versos se publicarán en una antología y su triunfo llenó de orgullo a sus colegas de la Dibri. “Nosotros trabajamos por turnos aquí. Hay días con más flujo, pero uno siempre termina contento con poder ayudar a los chiquillos”, dice Rodríguez, quien lleva 24 años trabajando en la Ufro. Con cierto orgullo mientras cuenta una anécdota que lo marcó. “Un chico nunca traía su credencial y yo siempre lo retaba porque no lo dejaba entrar. Hace unos días vino con el papá y me agradeció porque dijo que yo le había enseñado a ser responsable. Gestos como ese a uno lo hacen olvidarse de los problemas de afuera y entregarse al trabajo y a los estudiantes. Con ellos uno pasa gran parte del día”, finaliza Rodríguez.

Confirmando que el vidrio ya está limpio, que ya está oscuro y que son casi las nueve y media de la noche, José Gajardo le da término a su labor. A sus 62 años, confiesa que el ajetreo lo agota un poco. Pero a pesar de que va jubilar el próximo año, el término de cada día le provoca sentimientos encontrados. “A veces me canso, pero el trabajo es lo de menos. Es más que el trabajo, aquí hay colegas, amigos…”, asegura Gajardo, quien toma su balde, un paño y su limpiavidrios para llevarlos a la sala de almacenaje. Se termina otra jornada. Mirando hacia el horizonte oscuro donde ya solo se refleja el humo de las estufas, en sus ojos se refleja la nostalgia y el cariño por lugar de trabajo por más de cuatro décadas. “Voy a echar de menos la universidad. Acá se queda mi alma”.

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