Un sol entre la niebla en la Feria Pinto

Por Bastian Curinao y Nicolas Acosta

Ya van a dar las 11 horas, la niebla espesa y el frío cubren el lugar, el sonido de la música popular en conjunto con los gritos de los comerciantes son parte del ambiente. A la par se huele el aroma de las frutas y verduras regadas por el rocío de un típico día de otoño.

Tanto en el interior, como en el exterior de toda esta área comercial, se puede sentir el calor de la gente y su amabilidad en contraste con el frío de la cruda mañana.

A los costados de la feria está ubicada una gran masa de vendedores ambulantes ofreciendo a todo pulmón su variedad de productos, desde perfumes y prendas, hasta gallinas vivas.

En conjunto con las múltiples sensaciones, tanto auditivas, visuales y olfativas, los visitantes aprecian inevitablemente los murales de “Alapinta”, que muestra parte de la cultura del Barrio Estación (representada con ferrocarriles), además de la infaltable presencia de la etnia mapuche en las variadas pinturas de aquel lugar (como en las banderas originarias ubicadas en algunos locales junto a banderas chilenas), entre otras representaciones de pescadores, cerca del área de los productos marinos.

Una persona esforzada…

Dentro de todo este ambiente multicultural se encuentra un experimentado vendedor con más de 40 años en el rubro, ubicado en el bandejon 4, llamado Eduardo Sanhueza. De estatura media, con una barba y cabellera de tono plateado (debido a sus canas), y muy agradable con la gente. Su local posee una variedad de productos, tales como porotos, arvejas, zanahorias, pimentones, tomates, zapallo italiano, entre otros.

Eduardo cuenta que empezó en esto de la venta desde una muy temprana edad, exactamente a los 10 años de empaquetador en el Paseo Ahumada, ya que por razones económicas se vio obligado a no asistir a la escuela, y llevar dinero para su hogar con el completo permiso de sus padres. “Era un aporte pa’ la casa po’, antiguamente la gente prefería que trabajaras a que esti’ weiando en el colegio. Mi papá decía que en vez de que este weón este corriendo en el colegio, mejor que trabaje”, precisó el comerciante de forma orgullosa por su esforzada infancia.  “Aparte como ya tenía trabajo y dinero, dije ¡pa que voy a estudiar po!”, completó.

Mientras Eduardo relata su historia, llega una “casera”, a comprar zanahorias, y rápidamente la atendió de forma afectuosa como si de familiares cercanos se tratase.

El feriante narra que él nunca ha sido vendedor ambulante y que siempre trabajó solo, ni siquiera con su papá. ¿Entonces en qué trabajaba su papá?, la respuesta de tal pregunta, se le hizo un poco incomoda, y rápidamente cambia el tema.

Normalmente en esos tiempos cuando él ya tenía entre 13 o 14 años, su rutina era trabajar de lunes a viernes en Santiago, y los fines de semana viajar a ciudades costeras como Valparaíso y Viña del Mar a ofrecer sus servicios de paquetería. Respecto a sus jornadas de trabajo, él dice que “Como yo trabajaba en paquetería, tenía que ir a las 11 o 12 del día,  no es como la verdura, que por obligación tení que levantarte como de las 3 de la mañana para comprar verdura fresca”

Pero, ¿cómo llegó a trabajar en Temuco siendo que él es de Santiago? Una de las cosas que menos le gustaba a Eduardo de la capital era el clima, especialmente por los niveles de contaminación que ya se emitía en los años 80’. “Después fui creciendo, vine al sur, me gustó la ciudad de Temuco, y aquí me quedé”, explicó el humilde vendedor.

Tener tu puesto… no es tan fácil

Actualmente la feria no es un lugar donde se puede montar un local de la noche a la mañana, este es un proceso bastante complicado según lo que cuenta Eduardo.“Es complicao’, porque la muni te cierra las puertas, ellos no quieren que nadie surja. Solo quiere que les vaya bien a las grandes tiendas nomás. Y los comercios chicos ojalá desintegrarlos”, precisó.

¿Entonces cómo logró conseguir este local? “Yo tuve suerte, porque llegué en los años 80’, y había más espacio porque habían menos comerciantes, así que cuando llegué me quedé en esta esquina, y una señora me dijo que no iba a trabajar más y que me quedara aquí”, explicó.

Normalmente cuando no tienes los permisos correspondientes para ofrecer productos, “los fiscalizadores mandan al comercio ambulante a otros sectores, y así la gente tiene que ir buscando puestos en donde quedarse en las calles cercanas a la feria. Solo a veces los carabineros pescan a los vendedores ambulantes, la mayoría de las veces no están ni ahí”.

En un mundo lleno de envidia…

En un determinado momento Eduardo comentó que el ambiente laboral no siempre es de “colegas” que se apoyan mutuamente, a veces se tiende a pensar que la gente humilde tiene un corazón más grande, pero resulta que no siempre es así. “Acá hay gente que cuando vendí mucho, te andan pelando, y cuando vendí poco, hasta se alegran. En el negocio hay envidia. Además hay gente que se siente cuando vendí más y otra gente que le da lo mismo. Por lo menos a mí me da lo mismo porque algún día me va a tocar a mi vender más que ellos, pero hay gente que lo mira como una competencia”, explica el feriante.

Gracias a décadas de experiencia trabajando, Eduardo reflexiona que “en todo lo que hagai siempre va a estar un weón que andará preocupado de cómo te va, siempre andará un weón por ahí que verá como a otro le va mejor, y mentalmente va a empezar a cagarse la “psiqui” de que son superiores a otros mentalmente, pero siempre le va mejor al otro que a él”.

Finalizando la conversación…

Cuando ya casi faltan diez minutos para las doce, aquel sol oculto entre la niebla se deja ver con más claridad, la clientela tiende a aumentar cada vez más, marcando así, el término de una muy agradable conversación. La Feria Pinto es un lugar en el que se logra sentir desde la incomodidad de ver como se acercan “curaditos”, hasta sentir una cariñosa invitación a comer con un “mi rey venga a desayunar, tenemos pantruca pa usté”. Es un lugar con un ambiente muy cálido, lleno de buenas vibras y con gente muy humana, como Eduardo, un esforzado vendedor que desde muy pequeño se enfrenta a este complicado mundo laboral.

El llamado es a aprender a apreciar a esta gente sacrificada como Eduardo, que en cierto modo son parte de nuestra cultura temuquense, ya que trabajan en una de las áreas comerciales más importantes de la región.

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