No existen las preguntas tontas

Por: Camila Huecho

Juanito está en clases. Escucha atentamente instrucciones, una explicación, una exposición. Y quiere hacer una pregunta.

No cualquier pregunta: una pregunta tonta. ¿Cómo sabe Juanito que va a hacer una pregunta tonta? Porque suena a algo que ya dijeron, o algo que siente que está dado por sentado y que no hay por qué reiterar. Quizás Juanito se desconcentró o perdió el hilo en algún punto, o de plano no ha entendido nada de lo que le hablan. Sea cual sea el caso, quiere hacer una pregunta tonta. Pero no la hace.

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No la hace porque lo único que escucha en su cabeza es ‘no tengo el intelecto suficiente para agarrarme ni de media palabra de lo que dijiste’, ‘soy incapaz de ponerte atención’, o ‘soy estúpido’.Entonces se queda callado. Si los demás entendieron, Juanito asume que debe actuar como si también lo hiciera. Asiente con la cabeza. Un gesto de aprobación. Ya está, mira qué inteligente luce Juanito.

¿Por qué existe temor a hacer ‘preguntas tontas’?

Es curioso cómo rehuimos preguntar. Expresar duda, al parecer, sigue siendo un acto de debilidad que deseamos evitar a toda costa. Tenemos miedo de no saber. Tememos que la gente sepa que no somos infalibles y que hay cosas que no nacemos sabiendo.

Es irónico que al entrar a una sala de clases hoy en día, los profesores deban seguir anunciando la célebre frase: “En esta sala no hay preguntas tontas” ¿Es que deberían siquiera haberlas? Es este tipo de frases y esta mentalidad la que mantiene a las personas y alumnos de hoy en día acurrucadas en la sombra de su timidez, en el no preguntar; porque les enseñamos que las preguntas tontas no solo existen, sino que además en un contexto normalizado de aprendizaje, no están permitidas.

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Las personas que temen a preguntas son aquellas que temen el demostrar que en realidad no saben nada. Y aunque pretendan que lo hacen, sus dudas persisten y las inquietudes no se van. Al final, no se teme al no saber, sino al demostrar no saber. Y esto lo aprendemos por el mal enfoque que le damos a la duda; por todas esas personas que se molestan ante las dudas de los demás, aquellos profesores que las eluden, aquellos adultos y jóvenes que ridiculizan a aquel que tiene la ‘valentía’ de preguntar.

Es triste que en las escuelas, en la universidad, en el trabajo, las personas tiendan a soltar una risita ante aquel que pregunta lo obvio, aquel que necesita mejores explicaciones y que vocaliza el no saber nada. Lo realmente relevante es que hemos preguntado. Que no sabemos y que lo comuniquemos. Un desempeño eficiente solo es logrado a través de oportunidades de comunicación abiertas, honestas, explícitas.

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Un profesor de universidad tiene una muy célebre frase que me gusta repetir: “No existen las preguntas tontas, sino los tontos que no preguntan”.

Porque la persona que admita no saber, será la que obtenga la información más clara de todas. La persona que pregunta, que expresa duda, que busca claridad; esa persona es quien probablemente alcanzará mejor conocimiento que cualquiera que no lo haga. Pero seguimos permitiéndonos ser ‘tontos que no preguntan’, temiendo las dudas; porque el injustificado rechazo social a la duda es más fuerte que nuestra necesidad de respuestas. A nuestras ganas de hablar.

Y así, Juanito se queda en silencio. Termina la exposición. Las preguntas tontas se han quedado en su bolsillo; a salvo de las miradas de reprobación y las risitas. Juanito hoy no ha aprendido mucho. Pero al menos los demás no se han dado cuenta.

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