Ningún ser humano es ilegal

Por: Claudia Urra

“..Y verás cómo tratan en Chile al amigo cuando es forastero’’, dice una frase de la célebre canción Si Vas Para Chile, que hoy en día toma más sentido que nunca y hace que me formule una pregunta: ¿Cómo tratamos a los extranjeros a la hora de convivir con ellos?

Como estudiante, creo que la Universidad no debe excluirse en el desafío de incorporar a los inmigrantes dentro de nuestra sociedad y cultura. Es claro que el proceso de adaptación al fenómeno migratorio es más difícil para ellos que para nosotros mismos, ya que la mayoría ha sufrido situaciones de racismo o xenofobia, y en otros casos existen dificultades para comprender el idioma o los modismos chilenos.

Creo que no es sorpresa para ninguno de nosotros rodearnos todos los días de nuestros hermanos de otros países, gran parte de Latinoamérica y otra gran parte de Haití. Un día feriado, donde todo el centro de Temuco parece dormitar, casi como una humorada comencé a contar -y a saludar a algunos que me pronunciaron un curioso hola- la cantidad de personas haitianas que pasaban al lado mío, sin ninguna intención de juzgarlas hasta que caí en cuenta que durante todo el día me había relacionado con más haitianos que con compatriotas.

Actualmente la Ufro recibe a estudiantes de intercambio que vienen de distintas partes del globo pero sin embargo, no existe ningún estudiante de nacional haitiana, solo trabajadores en funciones casi externas a la academia (jardinería, aseo y casinos). En mi búsqueda me encuentro a un joven Thomas -como me explica- que tiene un apellido casi impronunciable para nuestra acostumbrada lengua chilena, y que trabaja temporalmente entre el personal de aseo. Como la mayoría de sus coterráneos no habla mucho español más que algunas frases básicas para solicitar ayuda o pedir algo, por lo tanto nuestro entendimiento se torna un poco complicado. De todas formas él habla inglés, lo que hace que podamos entendernos un poco más. Me explica que llegó hace más de 1 año al país junto con dos hermanos y su tío que es el mayor del grupo y viven en un departamento interior en una calle aledaña a la universidad. Me comenta también que todos llegaron con la idea de venir a trabajar para enviar parte de sus sueldos a familiares en Haití.

Él es solo una más de las cientos de historias que traen los inmigrantes y que como la mayoría, me manifiesta que ha vivido un largo -y difícil- proceso de adaptación a nuestra ciudad, a nuestro idioma y a veces, a la intolerancia de las personas. Encontrar trabajo en condición de inmigrante es un trámite lento y engorroso tanto legal como socialmente, es por eso que Thomas ha debido trabajar en lugares donde no posee un contrato -junto con todos los riesgos que esto implica- o trabajos ocasionales que ha conseguido junto con sus hermanos como jardinero o como comúnmente denominamos “maestro”.

Casi al final de nuestra charla, me explica que le gustaría poder estudiar pedagogía y aprender un español fluido ya que tiene planeado sacar una residencia permanente en el país. Pienso en lo maravilloso que sería la existencia programas de educación y apoyo para extranjeros, a modo de aportar a nuestra tolerancia y respeto a nuestros nuevos compatriotas.

Sin duda en un par de años más estaremos compartiendo tierras con una de las colonias más numerosas que han emigrado a nuestro a país, buscando una calidad de vida mejor para ellos y también para los que se quedaron atrás. No puedo evitar sentir la obligación de ser generosa y tener los brazos abiertos frente a personas que han tenido que abandonar la patria que no fue capaz de cuidarlos a todos, obligándolos a trasladarse a un lugar donde lamentablemente el idioma y el racismo se han convertido la gran barrera de entendimiento.

 

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