Por Renata Bastidas y Karla Gutierrez
“Resistir, persistir y nunca desistir” manifestaban unos carteles en manos de universitarias. Ellas, al igual que otras estudiantes de distintas carreras, facultades y estamentos de las universidades regionales se unieron y marcharon para exigir una educación no sexista, que no se les violente más en sus espacios educativos y la
creación de protocolos triestamentales que sancionen el acoso y abuso sexual en sus universidades.
A ratos detenían el incesante flujo de la ciudad desbordantes en ruido ante el silencio que normalizaron por generaciones; desigualdades y vulneraciones que vivieron a diario dentro de sus universidades. Con carteles y pancartas decoraron la lucha de cientos de mujeres que, buscando un cambio en sus casas de estudios, prendieron una llama que ni el guanaco podría apagar.
Justamente fue ese el escenario que se repitió a nivel país: marchas, tomas de espacios, paralización de actividades y asambleas separatistas incentivaron a estas alumnas a organizarse junto a las docentes, académicas y funcionarias para llevar las demandas feministas a su lugar de estudio.
COLECTIVO, SIN LIDERES E HISTÓRICO PARA LA REGIÓN
El contexto regional llamaba a la movilización. El 8 de marzo, día de la mujer, se realizó una paro de actividades por parte de las docentes, funcionarias y académicas de la Universidad de la Frontera, planteando así visibilizar la brecha de género que había al interior de la universidad: contratos más precarios para las mujeres, menor cantidad de publicaciones y la precariedad laboral que aquejaba a las funcionarias.
A poco más de un mes después, el 15 de abril, un grupo de alumnas de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Temuco interrumpieron la ceremonia de titulación de la carrera para protestar sobre el acoso, hostigamiento y encubrimiento que se vivía al interior de su casa de estudios.
Este último hecho fue el que motivó a las mujeres, estudiantes y trabajadoras de la Universidad Católica a unirse en una asamblea que, por primera vez, fue de carácter triestamental (estudiantes, académicas y funcionarias). “Al momento de organizarnos lo que buscábamos era poder hablar. Sabiendo que esta es una universidad muy
conservadora, queríamos romper con ese esquema, tener un espacio y una voz
propia. Eso fue algo que nos incentivaba a todas”, explica Catalina González,
estudiante de Derecho de la UCT y una de las voceras de la toma en su universidad.
Un escenario parecido se vivía en la Universidad de La Frontera. La impunidad en las denuncias por acoso y la imposibilidad de resguardar a las víctimas era un problema que no podía seguir siendo ignorado, por lo que luego de una extensa asamblea de mujeres, en cosa de horas el pabellón E del campus Andrés Bello se
convirtió en el primer espacio ocupado por las estudiantes, acción que se replicaría en otras facultades. Una de las voceras de la movilización en la Ufro, Francisca Vilches, estudiante de Pedagogía en Historia, comentó acerca de este proceso: “El 8 de mayo se generó la primera asamblea triestamental de mujeres, donde nos dimos cuenta que eramos muchas, que estábamos en la misma situación y que podíamos conocernos o no, pero teníamos que hacer algo. Con aprobación completa de la asamblea decidimos tomarnos el pabellón E”.
En ambas universidades, el movimiento se caracterizó por carecer de una o más líderes exclusivas, porque cada mujer era protagonista de la movilización. Esto generó un grupo de mujeres mucho más activas y uniforme.
Los problemas de género que afectaban hace años en las salas de clase, más la falta de normativas institucionales para sancionar los casos de acoso y abuso sexual fueron el detonante para que naciera una manifestación masiva liderada por las propias alumnas, la que terminó por instalar el debate sobre el feminismo y sus demandas de
género en una ciudad como Temuco.
RESISTIR
Las primeras semanas de toma de espacios fueron duras y muy significativas para las estudiantes. Todas conversaron, lloraron y varias se dieron cuenta de que todas las historias coincidían y que no solo eran ellas las afectadas, sino que a sus propias profesoras y funcionarias, porque al parecer, ser mujer en una universidad estaba ligado a sufrir humillaciones. Juntas transformaron ese dolor en trabajo y durante extensas jornadas se dedicaron a redactar el petitorio de la toma, exponiendo allí las falencias de ambas instituciones.
En las siguientes semanas, las dos universidades prepararon distintos espacios de encuentro entre mujeres y hombres: las marchas que cada viernes reunía a universitarios, escolares y trabajadores, talleres de danza, canto, ciclos de cine feminista y charlas que abordaban desde la causa mapuche al pueblo palestino. Para Francisca Vilches, lo más importante fue la participación de las mechonas, chicas que por edad, no habían participado de ninguna toma antes y también la confianza que lograron enlazar entre todas, porque en ningún momento el movimiento estuvo ligado a algún grupo político, nunca hubo ninguna sigla de por medio, solo mujeres exigiendo cambios que verán las futuras generaciones.
Lamentablemente, no todo fue reunión y sororidad. Hubo momentos en que mantener el paro y la toma daba miedo. Al menos en la Ufro, el problemas más grave fue externo. “Nos atacaron durante toda la movilización distintas organizaciones e individuos que están en contra del feminismo. Por ejemplo, chicos de la Facultad de Ciencias Agropecuarias iban a tirar piedras a la toma; se metían en las ventanas para gritarnos cosas y lo más grave, las poblaciones de Temuco estaban llenas de pancartas en contra de nosotras: que estábamos financiadas por el PC o que amábamos a Bachelet. Cosas que no tenían pies ni cabeza”, cuenta Francisca Vilches, agregando que la unión y el apoyo de parte de las académicas fue fundamental para no desistir.
En la UCT, el miedo latente eran las amenazas constantes de sumario. “Toda acción para nosotras era arriesgar sumarios”, cuenta Catalina Gonzalez, “esa ha sido la tónica de la Universidad Católica: reprimir cualquier tipo de manifestación que vaya en contra de lo que quieren, pero igualmente es a lo que cualquier persona que va en contra de una institución se enfrenta. Van a venir por mi, porque yo estoy yendo por ella”.
PERSISTIR Y NUNCA DESISTIR
El sentimiento de inseguridad en las mujeres dentro de los recintos universitarios estaba completamente normalizado. Y cómo no estarlo cuando las políticas institucionales no están hechas desde una perspectiva de género que entregue una vida universitaria óptima para la mujer en todos sus ámbitos, sobre todo si es que sus derechos son vulnerados debe existir el apoyo necesario para las víctimas.
En cuanto a esto último, Stefanie Pacheco, docente de Periodismo y miembro de ATMA (Asamblea Triestamental de Mujeres Autoconvocadas), encuentra las siguientes falencias en tales políticas: “El procedimiento interno que canaliza las denuncias de acoso o abuso es cuestionable en cuanto a garantías de un proceso efectivo y no logra concluir con sanciones. En resumen, pone en desamparo a las víctimas y no les entrega el resguardo que merecen”.
Luego de meses de movilización, lo anterior debería ser sólo un mal recuerdo. A pesar del largo tiempo de negociaciones, el petitorio realizado y la propuesta del protocolo fueron acogidos en ambas universidades. La creación de una comisión de género e interculturalidad significará una cambio sustancial que incluso, busca modificar las mallas curriculares para educar sobre estos dos aspectos.
Otro punto urgente del petitorio es instalar una comisión transitoria de acogida de denuncias para dar apoyo tanto jurídico como psicológico. Además, se lograron avances en el sistema de salud universitario para las mujeres y progresos en ámbitos de diversidad sexual.
La creación de asambleas triestamentales de mujeres fue uno de los hitos más importantes en la movilización en ambas universidades. Estas asambleas lograron instalar una agenda de género que pusiera este problema sobre la mesa, luchando sin descanso durante los meses de paralización para poder conseguir los logros a los que las generaciones futuras podrán recurrir, y además, han realizado un arduo trabajo para construir el protocolo que busca asegurar un ambiente seguro para todas dentro de las universidades.
QUE TODO EL TERRITORIO SE VUELVA FEMINISTA: LAS UNIVERSIDADES TAMBIÉN
La violencia machista es un problema estructural que afecta todos los aspectos de nuestras vidas, por lo que es necesario que la educación no siga reproduciendo los mismos estereotipos en los más jóvenes, que no los sigan realizando durante toda su vida como trabajadores y trabajadoras.
Las tomas feministas en la Universidad Católica de Temuco y en la Universidad de la Frontera exigían un derecho tan básico como el que dejaran de violentarlas con frases machistas al interior de las aulas, que no se normalice el abuso en los espacios universitarios por parte de compañeros y profesores, también que se reconozca a las mujeres como pensadoras, incluyéndolas en los programas de estudio, como parte de la bibliografía académica.
Esta lucha por espacios igualitarios no terminó al deponer la toma, queda mucho por hacer y de a poco se irá avanzando como ellas quieran. Por lo menos, ahora está la seguridad de que las próximas generaciones universitarias tendrán espacios para hablar y no tendrán que pasar por lo mismo. “Ya no vas a pasar por todos esos procesos que algunas mujeres pasaban antes, que se quedaban calladas, se salían de las carreras, caían en depresiones y vivían con un miedo que no las dejaba vivir tranquilas. En cambio ahora, quizás seguimos viviendo con miedo, pero nos sentimos acompañadas y apoyadas en ese sentido, porque sabemos que siempre habrá alguien que nos va a dar una mano.”, culmina Catalina González, esperanzada de que vivimos en una época de cambio no sólo para ellas como estudiantes, sino para las generaciones pasadas y las que vendrán.
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