Sobre las cenizas de nuestros muertos

Hace 46 años, un 11 de septiembre de 1973, un profesor universitario llegaba a su salón de clases para impartir la asignatura de métodos de investigación social.

Llevaba bastante tiempo dictándola y en ella enseñaba estrategias para realizar una adecuada investigación social. Era conocido por su mirada de izquierda. Era querido por compañeros de trabajo, de los más diversos colores políticos.

Los estudiantes, que no superaban los 22 años, esperaban sus clases con ansiedad pues en ellas hacía sesudos análisis políticos. Muchos de ellos, hombres y mujeres, participaban activamente en política. Una de  las más participativas estaba embarazada.

Nunca más volvieron a encontrarse. El profesor desapareció; algunos de sus estudiantes también; la joven embarazada fue torturada y encontrada muerta en un sitio eriazo al borde de esa ciudad. 

Una de mis estudiantes se acercó para mostrarme un inserto que publicó ayer el diario El Mercurio: un homenaje a los violadores de los Derechos Humanos, una burla, una patada en la cara, un golpe de realidad.

Lo cierto es que ha pasado el tiempo, son cerca de 50 años, pero la historia es terca en mostrarse en toda su brutalidad, en repetir sus actuaciones y sus figuras. No es casual. La memoria de los golpistas está viva, su disposición  para matar a quienes se interpongan en sus planes, sigue intacta. 

También pensé, viendo a mis estudiantes realizar un sentido homenaje frente a una placa que conmemora a los muertos y desaparecidos universitarios, que estamos parados sobre las cenizas de todos aquellos que fueron destrozados por los buitres de la dictadura.

Las universidades públicas en las cuales habitamos hoy, instituciones metidas en la vorágine del mercado, con sistemas de competencia brutales, algún día fueron la casa de aquellos que pensaron un mundo distinto. Un mundo que asustó a los mismos que ahora pagan insertos en El Mercurio, un diario manchado de sangre. 

Sentí tristeza al pensar que hoy, luego de 46 años, la intensidad de las diferencias sigue intacta.

Que los mismos actores, la derecha, cuyo portavoz es El Mercurio, sigue intentando marcar el curso de la historia. Me dio vergüenza la tibieza de la transición en materia de enseñanza de los derechos humanos. Pero también sentí el respeto y la dignidad de todos aquellos que siguen en la lucha por una sociedad mejor.

Sentí orgullo por mis estudiantes y colegas, estirpe de aquellas y aquellos que un martes 11 de septiembre de 1973, construyeron la memoria que habitamos. Aquellas y aquellos que mantienen viva la dignididad de una Gladys Marín, de una Carmen Hertz o de un Salvador Allende.

Luis Nitrihual es periodista y se desempeña como académico en la Facultad de Humanidades.

Comentarios