La violencia en el pololeo: “No lo invisibilices, denuncia”

Por Ignacio Martínez Castro

Hace un par de semanas me encontré en internet con un post que hablaba sobre la violencia en el “pololeo”, y de cómo reconocerla como tal. Entregaba distintas indicaciones y terminaba con un potente mensaje que decía algo así como “no lo invisibilices, denuncia”. La verdad es que le presté poca atención, pero no fue hasta que conocí de cerca el caso de violencia psicológica que afectaba a una compañera de nuestra universidad, cuando realmente me preocupó.

Hablo de Camila (como ella me pidió que la llamara para proteger su identidad), una joven de 20 años, de baja estatura y de pelo negro, que me esperaba junto a una amiga en los pastos de Humanidades de la Ufro, en un frío día viernes. Camila sonreía, aun sabiendo que estaba allí para contarme un episodio de su vida que jamás le gustaría volver a repetir.

EL COMIENZO

Camila prendió un cigarro y la expresión de su rostro cambió a seriedad cuando empezó a contarme el comienzo de su relación. “Yo lo conocí cuando tenía una vida social muy amplia, tenía muchos amigos, muchas actividades. Cuando empecé a pololear con él, me empezó a alejar de todo, porque estaba como dependiente” cuenta. Camila sufrió de violencia psicológica por dos años y medio, hasta que se dio cuenta que su ex-pareja le hacía más daño que bien.

“Como era mi primera relación dije ya, filo, voy a dejarlo todo por él. Fui dejando todo de a poco, incluso mis amistades. Hasta el punto que me quedé sola, solamente conversando con él y alejándome hasta de mi familia, porque todo el día me buscaba para hablar”. Noto como su voz cambia de un tono molesto a algo más triste cuando recuerda su experiencia.

Luego de conocer como comenzó su relación, trato de interiorizar en qué consistían sus problemas. “Desde el día uno comenzaron las peleas, y como yo no sabía cómo era pololear lo normalizaba, creía que estaba todo bien, se enojaba por nada, por cosas muy básicas, ínfimas, si hacía algo mal, me lo recriminaba”.

“Él nunca me pedía perdón por las cosas que hacía, yo tenía que acercarme y pedirle disculpas, me inventaba cosas sola que yo pensé que podría haber hecho, solo para pedirle perdón. Terminé normalizando eso, como que yo siempre era la culpable de las cosas” cuenta, y agrega que igual hoy en día ve todo esto como algo tan estúpido y que no necesitaba sufrir de todo lo que sufrió.

Muchas veces, cuando hablamos de violencia en el pololeo, pensamos que se refiere a algo físico, como en muchos casos, pero la verdad es que existe un tipo de violencia sicológica que se ha normalizado por años. Camila cuenta que si bien en algún momento existieron apretones de mano por parte de él hacia ella, todo lo que sufrió fue sicológico. “Era demasiada manipulación, enojándose, ignorándome, gritándome, alzaba mucho la voz siempre y era horrible para mí. Llegué al punto en el que yo tenía mucho cuidado de hacer todo, me movía con miedo, trataba de andar muy pendiente de las cosas, todo para que no se enojara y no me tratara mal”.

TÉRMINO DE LA RELACIÓN Y CONSEJO

Según un estudio del Instituto Nacional de la Juventud en Chile (Injuv), se corroboró que un 10,7% de personas que mantienen una relación entre los 15 y 19 años sufre de violencia sicológica, mientras que un 4,6% de violencia física.

“Hubo un tiempo en que sufría desmayos y crisis de pánico, porque ya no aguantaba más lo que estaba sintiendo, no aguantaba la desesperación. En un momento tuve que fingir desmayos frente a él para no seguir peleando”.

Si bien Camila estuvo mucho tiempo “ciega”, como cuenta, pensando que todo lo que pasaba en su relación era algo normal, abrió los ojos cuando ya llevaba casi dos años de relación.

“En un momento me di cuenta que tenía que terminar con él, pero me había absorbido tanto que estaba sola, no tenía a mi grupo de amigos, ni mis hobbies, nada. Sentía que él era lo único que tenía, tuve miedo de quedarme sola por su culpa. Entonces hubo un tiempo en el que no lo vi por dos meses, por una razón específica. En ese tiempo me metí al baile y ahí volví a ser yo, pude expresar mis sentimientos a través de la danza y me di cuenta de que no podía estar con él, que estaba muy reprimida”.

Las expresiones de Camila cambian cuando cuenta esto. Se relaja y ya no está tan enojada como al comienzo de la conversación. Dice que cuando empezó a hablarme se sintió un poco triste, con rabia, porque se acuerda cuando lloraba por cosas que en realidad no tenían ninguna razón específica, pero que cuando terminó con él sintió un peso menos y pudo volver a ser la misma de antes.

“Ahora estoy súper bien, estoy maravillosa”, dice riendo.

Al final, le pido que dé un consejo para todas esas personas que pueden estar pasando por lo mismo que pasó ella. “Igual es cuático dar un consejo a alguien que pase por esto”, le dice a su amiga y luego agrega: “Lo primero es no permitir que una persona influya tanto en tu vida al punto de depender de ella. Y si necesitas a alguien, cariño, que sea alguien que no te limite las cosas que te hacen feliz. Hay que analizarse, conocerse, amarse, siempre preocuparse solo de una, porque es lo más importante”.

Al despedirme de Camila entre risas y un abrazo, le doy las gracias por ser valiente y contar todo esto, y ella me dice que no importaba, que ahora todo estaba bien. Y lo noto en su rostro, noto su felicidad que en algún momento de su vida le fue arrebatada y que hoy la demuestra más que nunca.

 

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