Así se almuerza en la Ufro

Por Roberto Campos

Pasan las 13 horas de un jueves cualquiera en la Universidad de La Frontera (Ufro) y empiezan a apreciarse los movimientos de los estudiantes cerca del casino Las Araucarias, en el Campus Andrés Bello. Afuera de uno de los ingresos se puede ver una galería. Se trata de un concurso de fotografías intercarreras, donde resaltan imágenes de aves, personas y objetos que amenizan la previa al almuerzo. Ya dentro del casino, es inevitable sentir el olor a comida, lo que hace aún más dura la espera por el almuerzo y a la vez hace imaginar el suculento plato que espera a los comensales.

Las ampolletas del amplio comedor están encendidas, a pesar de que entra bastante luz del sol por las ventanas. Aún quedan sillas disponibles, pero ocultas entre un mar de estudiantes que inmersos en su mundo, come de prisa y absorto de la realidad que los rodea. A pesar de la amplitud del espacio, éste se ve pequeño por la gran cantidad de jóvenes que come.

¿Qué hay de almuerzo?

Antes de hacer la fila para comprar el almuerzo, hay que acercarse a un costado de la caja para observar una hoja de oficio pegada en la ventanilla con el menú del día. Hoy son tres las opciones: asado alemán con puré, más un postre de lúcuma; menestrón con choricillos y un puré de fruta mixta; y un plato hipocalórico que consiste en huevo duro con mix de verduras y un puré de fruta para endulzar el paladar. Cada uno por dos mil pesos. Con semejante publicidad, ¿a quién no se le abre el apetito?

Ya en la fila y con la decisión tomada, comienza la lenta espera. Ya han pasado cinco minutos y la hilera de hambrientos comensales apenas se mueve.

Fernanda, una alumna de Pedagogía que viaja todos los días desde Metrenco, una pequeña localidad distante a 8 kilómetros al sur de Temuco, aguarda por su almuerzo. Tiene hambre y no entiende la lentitud del proceso, más porque ella debe entrar a clases en unos minutos más. Al igual que la mayoría de quienes están en la tortuosa fila.

Fernanda tiene la tarjeta que otorga la Beca de Alimentación para la Educación Superior, y le saca provecho. Como vive lejos de la universidad, está obligada a comer acá todos los días, eso hasta que la beca le alcance.

La segunda fila

La fila para pagar el almuerzo sigue lenta. Aunque ésta no se compara con una segunda espera que deben hacer todos quienes comen en el casino de la Ufro, ya que una vez que se tiene el ticket en la mano, hay que alinearse para la entrega del plato. Fernanda ya pagó su comida y se incorpora a esta eterna fila. Le sorprende lo extensa y lenta que avanza la hilera. “Imagínate cómo estaba ayer, que era el día del pollo asado con papas fritas”.

Tras largos 20 minutos, al fin el plato llega a las manos de Fernanda. Con la bandeja con su asado alemán humeante ahora debe encontrar donde sentarse.

Pide permiso a un grupo de alumnos que ocupa una mesa en el segundo piso y que tiene un par de sillas disponibles. Tras sentarse, el resto de los comensales se levanta y la mesa queda vacía y le da la oportunidad de comer sin ser molestada.

La mesa, verde y redonda, tiene en su centro la tradicional alcuza con botellas. Una de aceite y otra de limón, además del salero para darle sabor a la ensalada. El ruido no baja su intensidad, ya que al mediodía son alrededor de dos mil los estudiantes que llegan al casino y sus diálogos se mezclan con el sonido de un televisor con música instalado en el primer piso, y el ruido de los autos en el exterior, que ingresa por las amplias puertas abiertas de par en par.

Luego de 10 minutos, Fernanda terminó su almuerzo. Se para y lleva su bandeja y lo deja sobre una pila de platos sucios. Una funcionaria los toma casi de forma de mecánica y comienza el lavado. Fue otro día más en el casino Las Araucarias de la Universidad de La Frontera.

 

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