La mítica “zanahoria” de la Ufro: La micro que se convirtió en leyenda

Por Juan Carlos Poblete

Nadie sabe mucho sobre ella, pero todos la miran cuando pasan por su lado. Son pocos los que han logrado conocer algo exacto sobre su pasado. La poca información que se tiene hace que abunden teorías sobre su procedencia y de todas las cosas que pasó para que finalmente terminar en lo que es ahora: un monumento dentro del Campus Andrés Bello de la Universidad de La Frontera. Es la micro naranja de la Ufro, un patrimonio histórico material que pasa desapercibido entre la rutina académica y estudiantil de cada día, la mítica zanahoria.

Micro Zanahoria

Despegada unos centímetros desde el suelo a través de pilares de fierro que la alzan, la micro marca Blue Bird International del año 1971, fabricada en Estados Unidos, sirve desde hace 5 años como sala base de la Agrupación Articultores, un grupo de estudiantes de la universidad dedicados a gestionar talleres y actividades de inserción e integración social y que apelaron a la casa de estudios para lograr su adjudicación. Sin embargo, más allá de su uso actual, la micro fue despojada de todos sus órganos vitales originales. Llena de musgo en sus neumáticos viejos, sin motor, sin asientos y conservando apenas el volante, lo único original que se mantiene intacto en su estructura es su color naranjo, característica distintiva que le valió el apodo de “zanahoria”.

EL ORIGEN MISTERIOSO

Sobre su procedencia y su año de arribo al material rodante de la universidad, no hay acuerdo ni mayores documentos que estipulen una fecha de registro. Álvaro Cuminao, académico de la Facultad de Humanidades, viajó varias veces en la micro como estudiante donde las versiones sobre el origen de “la zanahoria” abundaban. “Decían que esa micro fue donada por el Gobierno de Canadá a la Universidad de La Frontera y que tenía un motor muy grande, porque la geografía de ese país lo requería. Por lo mismo era tan gastadora”, cuenta. Otra teoría, más compartida por quienes trabajan por más de 30 años en la universidad sostiene que la micro estuvo siempre en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Técnica en calle Prat. “La Técnica la adquirió directamente desde Estados Unidos. En el año 1981 ocurrió la fusión con la Universidad de Chile y ahí llegó esa micro acá”, relata cuenta Carlos Grandón, quien lleva 40 años trabajando en mayordomía de la Ufro.

ITINERARIO DESCONOCIDO

El potente motor International de la micro con chasis Blue Bird tenía un rendimiento de 1 kilómetro por litro. “Tenía dos estanques de 100 litros a cada lado, que se iban alternando para no tener que llenar a cada rato el estanque de nuevo. Y en cuando a velocidad, en carretera daba fácilmente los 110 kilómetros por hora. Era picadora”, recuerda José Celedón, jefe de talleres que estuvo a cargo de móviles de transporte durante los años 80. Quienes vieron el auge y la

decadencia de “la zanahoria” recuerdan que sus mejores tiempos fueron en la época donde hacía recorridos entre el Campus Andrés Bello y la Escuela de Ingeniería, ubicada en la Salida Norte, donde posteriormente se construyó el Mall Temuco 2000, entre los años 1985 y 1993, aproximadamente. “La función de esa micro era trasladar alumnos desde el Campus Andrés Bello hasta el Campus Norte, pasando por el área de Obras Civiles que quedaba ubicado a los pies del cerro Ñielol, detrás del Liceo Industrial de avenida Balmaceda, y haciendo una parada en la sede de calle Prat. Siempre era una vez en la mañana y otra en la tarde. A veces tenía otras horas de salidas no muy claras”, explica Carlos Grandón, que trabaja en la Ufro desde el año 1970. “Se agolpaba tanto estudiante a esperar ese recorrido que muchas veces íbamos más de 50 o 60 personas en esa micro. Una vez vi a dos tipos colgando en la parrilla porque no pudieron entrar y todos querían andar en ella aunque existiera una micro chica que le decían el Limón”, sonríe Cuminao.

SI ESA MICRO HABLARA…

“Era simpático porque íbamos echando la talla todo el rato. Los asientos eran bajos y siempre disponíamos la cantidad suficiente de alumnos para ir todos sentados. No más de 40, al menos así eran los viajes de estudio”, recuerda Ramón Rebolledo, que organizó giras en la micro naranja en sus primeros años como profesor de Entomología de la Facultad de Agronomía. “Una vez fuimos a La Serena a estudiar frutales y más cosas. Se daban muchas cosas divertidas dentro. Si esa micro hablara… aunque estuvo mala, diría hartas cosas”, señala riendo el profesor Rebolledo.

El papá de Florentino Parra, auxiliar del edificio “O” de la Facultad de Humanidades, trabajaba como jardinero en la Ufro desde antes que llegara la micro naranja. “Recuerdo que yo tenía como 10 años y viajábamos a Mehuín como paseo de fin de año con las otras familias de los trabajadores, en esa micro. Fueron varios paseos donde echábamos los bolsos arriba en la parrilla”, rememora. Años después, ya trabajando como funcionario, recuerda una anécdota sobre un problema mecánico de “la zanahoria”. “A la selección de fútbol de trabajadores de la Ufro nos invitaron a jugar muchas veces a Neltume. Una vez la micro se quedó en panne y en la mitad del camino, el chofer se metió debajo y le sacó un pedazo de cañería y seguimos de lo mejor con el viaje”, asegura riéndose.

Aldo Molina, auxiliar del pabellón RA, también participó en esos partidos de fútbol en Neltume donde las fallas mecánicas del vehículo y la pericia del conductor eran los protagonistas de jornadas de diversión. “Al chofer, que le decían el Chispa, le gustaba hacer correr su micro aunque fuera vieja. Y cuando íbamos de camino para allá le hacía collera a los buses más nuevos. Ese hombre amaba su micro”, asegura Molina.

“El Chispa” era Luis Mera, el hombre que manejó “la zanahoria” desde que llegó a la Ufro. “Quería tanto a su micro que le decía ‘mi reina’ y según él, cuando no le partía le hacía cariño para que arrancara”, sostiene Álvaro Cuminao. “Ese caballero estuvo a cargo de la máquina toda la vida. Decía que cuando la dieran de baja, él se la iba a llevar para la casa. Al final, a la micro la sacaron de circulación cuando todavía funcionaba y él ahora está jubilado y con problemas de salud”, recuerda Florentino Parra, haciendo énfasis en que su delicado estado y su avanzada edad no le permitirían contestar muchas preguntas sobre el vehículo que manejó por más de dos décadas. “Empezaría a llorar al tiro”, bromea.

Y es que la micro fue mucho más que fierros y cuatro ruedas. Por eso que cuando se dio de baja, a principios del 2000, ya estaba con varios desperfectos que hacían imposible su circulación. El peso de los años, el gasto en petróleo, un cambio de motor no programado producto de una falla antes del año 1990 y los constantes viajes rurales a los fundos experimentales de Maquehue, Maipo y Camino La Serena, hicieron que la micro fuera perdiendo esa juventud que tenía al llegar. Su última revisión técnica legitimada está registrada en el año 2003, y luego de ahí, fue instalada donde permanece actualmente como un patrimonio histórico empalado, pero funcionando como la “base” de los Articultores. “A nosotros nos proporciona espacio físico, donde podemos ordenarnos y juntarnos a hacer talleres, pero además, nos da un sello y un plus bonito porque la micro es muy reconocida”, describe Carolina Roa, de la Agrupación Articultores.

Y aunque su origen y pasado no se tenga muy claro, el futuro de la Internacional Blue Bird está claro: seguirá siendo “la zanahoria” de la Ufro, ese icónico bus norteamericano que estremecía las calles de Temuco con su motor estruendoso, su brillante naranja y el constante ruido de estudiantes en su interior. Porque aunque hoy yace guardando musgo, resistiendo heladas y lluvias y comenzando a dar señales de óxido, siempre será un monumento a la universidad estatal esculpida en metal, tal como dice José Celedón, quien la manejó y reparó en varias ocasiones. “Esa micro es una reliquia y hay que dejarla ahí porque es una monumento. Y es fierro puro, no se deteriora fácilmente. Puede caerse cualquier edificio de la Ufro, pero esa micro va a seguir ahí. Para siempre”…

Comentarios