La esperanza para capear el hambre

Por Sebastián Alarcón

Martes 17 de abril de 2018, en la Región de La Araucanía. Nos adentramos en la tan aclamada y representativa Feria Pinto de Temuco, en busca de historias que nos puedan cautivar y enseñar sobre la vasta, dura y gran trayectoria dentro de la capital regional. Caminando por las coloridos y aromáticos pasillos de la feria, al enfrentarnos a toda la multitud de personas y vendedores que se encontraban, nos cuesta mucho llegar y entrevistar algún vendedor sin quitarle su tan valioso tiempo de trabajo, debido a que siendo las diez y media de la mañana la gente se aglomera para hacer las compras de las verduras, frutas, carnes y condimentos, que serán y acompañarán sus comidas durante el día.

Un comienzo con aroma hogareño

Mientras exploramos los distintos rincones de la feria, llegamos al pasillo central en donde se encuentra la sección de comidas típicas chilenas. En ese momento un hombre de no tan avanzada edad, estatura media, con un gorro que le tapa el pelo y de contextura promedio, nos promociona su local de una forma muy pintoresca: “Flaquito, venga a tomarse el desayuno que le hace falta” refiriéndose a uno de nosotros en particular, el cual claramente los kilos no le faltan. Nos acercamos ante su invitación recibiéndonos con un carisma y sensación de abuelo. Le preguntamos que nos podríamos servir, respondiendo que era la hora exacta para capear el frío con un cafecito y sopaipillas sentados en una mesa típica del sur de Chile.

Cuando éste nos sirve el café y las sopaipillas se sienta junto a nosotros para conversar y relatarnos su vida en la feria.

-¿Buenos días señor…?

– Juan Manuel Miranda, para servirles y cobrarles también. ¿Y ustedes no tienen nombres mis niños ?

Al presentarnos con nuestros respectivos nombres, continuamos hablando con nuestro comensal a lo que él dice: “Carmencita traigame una taza de café pa’ acompañar a nuestros cabros po” y Carmencita lo mira con cara de pocos amigos, respondiendo “y pa’ que Dios te dio las mano, párese y venga a buscarlo usted mismo” dejando en claro el apodo que le tenían, el cual era Carmen “La Fiera” Díaz.

Luego de tan hilarante intervención seguimos con nuestra conversación. Aquí Juan nos cuenta sobre cómo ha sido su vida laboral a lo largo del tiempo, comentándonos que él lleva 20 años en el puesto de la feria, ya que antes de esto se dedicaba a trabajos temporales y esporádicos en la comuna que él vive, Pitrufquén. Aquí señala que luego de cambiarse a este trabajo su situación económica mejoró, además de su ánimo al trabajar. “Antes la cosa era más difícil, ir de peguitas en peguitas cuesta bastante, hay veces en que se hace casi imposible encontrar algo estable, por eso le tengo tanto cariño a la feria. Bueno, el puesto siempre estuvo en mi familia, pero cuando lo decidieron dejar de ocupar, no lo dudé y me vine a este hermoso lugar”.

La esperanza es lo último que se pierde

Nos cuenta que la vida en la feria es sacrificada, pero que siempre a principios de diciembre y a mediados de febrero, las ganancias aumentan considerablemente llegando a ser el doble y casi triple de lo normalmente obtenido. “Los otros meses acá son re complicados, porque donde llueve harto no siempre viene mucha gente, pero por suerte me considero un hombre con garra y como dice el local, la esperanza nunca la perdemos, como siempre digo, se rompe o se raja”.

Al contarnos esto último quedamos impactados con el positivismo que tenía Juan Manuel, ya que a pesar de tener 69 años de edad, él se encontraba más vivo y con energía que nunca. Al terminar la taza de café este se para e interrumpe con un “un momento mis niños, tengo que volar” dejándonos en la espera de que volviera. Luego de esperar unos 5 minutos aproximadamente y acabarnos la taza de café, nos dirigimos al mesón del local donde se encontraba Laura, una mujer de alrededor unos 60 años, de piel blanca y pelo gris, junto a su lado se encontraba Carmencita.

  • Así que los dejó solo el pajarito ese.
  • ¿Por qué “pajarito”?
  • Es que este siempre anda volando de aquí pa allá, esquivando el trabajo, jajajaja, broma, broma…
  • Así parece, ¿usted es familiar, esposa, hija de él?
  • Esposa del pajarito este jajaja…

Al preguntarle el porqué del nombre del local a Laura, esta nos contó que antes les costaba mucho más lo que era sobrevivir, pero que siempre su esposo y ella tiraban para arriba de una u otra manera, es por esto el nombre del local, por el famoso dicho que existe “la esperanza es lo último que se pierde”

Al ver que nuestro comensal no se avecinaba seguimos conversando con Laura, quien nos recomienda un día de estos pasar a probar sus carbonadas, pescados fritos y churrascos, ya que son los más solicitados por su clientela habitual, o como ella dijo “la especialidad de la casa”. Los precios del local no superan los 3.200 pesos, lo cual es un precio accesible para casi todos los bolsillos chilenos. “Aquí la comida es como lo haría la mamita en la casa, además que son contundentes y no cobramos un ojo de la cara como lo hacen en el centro”.

Despidiéndonos de nuestros Amores de Mercado

Siendo casi el mediodía, empiezan a llegar los “Pellucos, Betsabés, Morganas y Noritas” a los locales de comida, con esto nos damos cuenta que a pesar de su lejanía con el cosmopolita centro de Temuco, aún queda gente que le es fiel a los locales típicos de la idiosincrasia chilena. Luego de un rato conversando con Laura y Carmen, llega el águila a su nido, preguntándonos como estaba el desayuno, y si Laurita nos había tratado bien. “Esta viejita es re amorosa pero de repente me deja mal parado diciendo que el  pajarito siempre anda volando, es más mentirosa que la Bachelet y Piñera juntos”.

Al darnos cuenta que estaba llegando mucha clientela al lugar, decidimos despedirnos, sin olvidarnos de pagarles sus exquisitas sopaipillas y cafecito que nos ayudó a capear la fría mañana que nos entregó la ciudad de Temuco.

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