Feria Pinto: Un amor que difunde cultura

Por Catalina Nahuelfil

Un sábado de otoño bastante helado, pero con un sol radiante, nos dirigimos a la Feria Pinto, un recinto enorme donde la cultura de la zona sur se ve reflejada. Ahí se encuentran diversos puestos que llaman la atención a todos quienes van a comprar o simplemente visitar. Es un lugar donde todo se mezcla, lleno de luz y aunque esté lloviendo, la alegría de las personas hace que sea espléndido, donde se pueden ir a tomar un café para pasar las frías mañanas de abril.

Mientras caminábamos por el corazón de la feria, observando todos los puestos, recorriendo nuevos sitios como en Lugares que Hablan, nos percatamos que a lo lejos una melodía tan especial cautivó nuestros oídos y rápidamente nos dirigimos hacia ese lugar como una golosina llama a un niño. Cuando llegamos, un señor robusto, con canas en su cabello, mediano de estatura, estaba tocando un poco de música mapuche de forma alegre. Él no estaba con la vestimenta típica, de hecho, estaba vestido con unos pantalones, zapatos café oscuros, chaleco de lana con cierre y con camisa un tanto desordenada, pero en su cabeza llevaba el cintillo que se suelen colocar los loncos de una comunidad, en su cuello colgaba la pifilca, mientras que simultáneamente tocaba la trutruca, el kultrún y la cascahuillas.

Nos acercamos a él, para conocerlo, sin embargo, cuando dejó de tocar, su rostro cambió y se puso serio. Pensamos que quizá no nos iba a recibir, pero fue todo lo contrario. Su nombre es Francisco Díaz. Por supuesto no se encontraba solo, ya que lo acompañaba su señora, María, una mujer bastante tímida, de baja estatura que al comienzo se había negado a participar en la conversación, pero que poco a poco se fue soltando para contar su historia.

Los nuevos

Ellos llegaron hace tres semanas a la feria, ya que no tenían puesto para trabajar. Nos revelan que trabajaron en el Mercado de Temuco. Él comenzó ayudando a su papá a vender verduras, pero cuando conoce a María, se instalan ahí mismo con un puesto mapuche. Pese a eso Francisco dice: “Nos fuimos ocho años antes del incendio por motivos personales y aunque me ofrezcan volver ahí, no lo haría”. Posteriormente, trabajaron en Licán Ray en temporada veraniega, pero aún así no los completaba.

Ella en representación del matrimonio, envió un formulario a la Municipalidad de Temuco, para solicitar un puesto en la feria, ya que consideraban que “es un espacio donde se vive las tradiciones” y que encontraban que, instalándose ahí, serían completamente felices. Era como ver al matrimonio de abuelitos de Up: Una aventura en alturas, cuando su único anhelo era llegar a Cataratas del Paraíso para estar plenos.

El deseo de ambos era trabajar en un lugar que tuviera dos entradas y el propio alcalde de la ciudad les cede un puesto. Fue así como recibieron a su actual y pequeño puesto sin número de identificación. Llegaron al denominado “Barrio de la Muerte”, María cuenta: “Se le dice así, porque acá no entraba nadie, solo llegaban personas a comprar en los puestos de flores que están en la entrada y cuando llegamos nosotros, comenzaron a circular muchas personas, ya que nuestra música los atraía”. Francisco hace mención que el recibimiento que les dieron sus nuevos compañeros de trabajos fue grata, ya que ellos mismos le hacían saber que a ese lugar le faltaba música típica e incluso le piden que toque esas lindas melodías que caracterizan al pueblo indígena.

Este matrimonio de convivencia, porque no están casados, tienen un puesto no tan grande (está al lado de muchas cajas acumuladas), pero hay de todo, partiendo por los instrumentos, mates, indios pícaros, calcetines de lanas, vestimenta mapuche y muchas cosas más, donde a simple vista, se ve un lugar muy completo.

-¿Y  les gustaría expandir su puesto?

“Nos gustaría, debido a que el puesto ya se nos hizo chico con tantos instrumentos”

Tradición familiar

Mientras conversábamos con el “hombre orquesta” de la feria, su señora nos dice que ellos tienen siete hijos “nacidos en su unión en pecado” (ríen) y que su tradición se la inculcaron desde pequeños. Incluso nos mencionan que uno de ellos, quien trabaja en Perquenco, es artesano y es el encargado de fabricar todos los instrumentos que ellos venden.

Esta familia no tiene apellidos mapuches, pero la matriarca pertenece a la tercera generación mapuche. Sin embargo, ella dice: “Esto no es un impedimento para que no nos sintamos mapuches e incluso al no serlo directamente, estamos mucho más comprometidos a difundir la cultura en la feria -la verdadera identidad de la región-, un lugar donde la verdura llega fresca, ya que lo nuestro va mucho más allá de vender y lucrar con esto, ya que nuestro objetivo es enseñarle a las personas el significado del kultrún, por ejemplo, o si alguien quiere probarse la vestimenta, nosotros los dejamos, porque así nos sentimos pagados y  sentirnos que somos un aporte a esta ciudad”. “Hay muchas personas no les gusta reconocer sus raíces, porque hoy en día les da vergüenza decir que son mapuches y sólo aparecen cuando quieren recibir algún beneficio”.

Mientras ella nos seguía contando cuál era su real propósito, Francisco seguía tocando los instrumentos y estando ahí pudimos corroborar que llega mucha gente a verlo y escucharlo.

–“¿Quién le enseñó a tocar todo esto?  a lo que nos responde: “El de arriba me enseñó a tocar, es como un don (refiriéndose a Dios), desde los quince años que toco”. Nos comentaban que todo partió por el gusto y el amor al arte, y si bien aún sigue siendo así, ahora ellos planean expandir sus conocimientos, para llegar a más personas. Es por eso, que han tocado en diferentes lugares e incluso él se presentó en un aniversario de una familia mapuche, también con grupos de Valdivia, entre otros. Su propósito no es ganar premios, sino que con el solo hecho de darse a conocer y difundir la cultura que tanto quieren.

“Sincretismo Cultural”

Su adorado puesto ha traspasado culturas, ya que nos cuentan que no hace mucho, un grupo de haitianos quedó asombrado al ver la cantidad de cosas que tenían para vender. El matrimonio relata que ellos no sabían quienes habitan en Temuco, que solo pensaban que vivían más chilenos, por lo que se vieron en la obligación como buenos difusores de la cultura mapuche a explicarles sobre la etnia más importante de la región.

Utilizaron su propio local para mostrarles las cosas típicas de la cultura, y en ese momento su marido comenzó a tocar sus instrumentos, de manera que los visitantes, asombrados, comenzaron a bailar de una forma particular que solo ellos entendían. Mencionan que fue tal espectáculo que llegó mucha gente a ver lo que ocurría, tal como si fuera un show en el teatro Broadway.

Luego de una mañana de conversación donde nos contaron sus inicios, su pasión y amor por esta cultura, nos invitaron a tocar la trutruca, lo cual fue un verdadero honor, ya que cuando nos enseñaron lo hacían con tanta dedicación. Pese a que no nos salía muy bien, Francisco, nos alentaba a seguir intentándolo. Ahí quedamos claras que músicos de nacimiento como Mozart no éramos. Aún así, nos fuimos contentas de haber tenido la oportunidad de compartir con ellos e irnos con parte de su enseñanza, y de este modo, transmitir el mensaje a la mayor cantidad de personas posibles, porque para estos locatarios, no hay límites para divulgar la cultura, si se quiere, se puede.

 

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