Por Verónica Juárez Charros, estudiante mexicana
Hace unos días, la tragedia sacudió a mi tierra. Mi gente estaba asustada por el llamado de la Madre Tierra. Despertaba de las celebraciones chilenas cuando mi celular sonó, era el 19 de septiembre, eran las 3:20, hora Chile… amigos en pánico, el miedo inundaba las ciudades.
Mi corazón se detuvo, las contracciones en mi pecho se hicieron evidentes. “Papá, en cuanto puedas ponte en contacto conmigo”, 3.21. “Amigos ¿todos están bien por allá?”, 3.22. “¿Y cómo estás? ¿Te sientes bien?”. 3.23. Juro que fueron los minutos más eternos de mi vida, el silencio abrumador resonaba cada fisura de mi corazón.
Poco a poco me contestaron familiares y conocidos, los minutos continuaban, continuaba gente sin responder. Los daños apañaban el panorama, nada más devastador que saber mi “chula” Puebla, mi heroica Puebla, había sido el epicentro. Funesto resultó ver imágenes de casas e iglesias derrumbadas por el sismo, cada ladrillo tirado en el pavimento era un golpe que retumbaba en mi alma, pues a la caída de los escombros mis recuerdos se iban. Abrí la mirada para que la pena se fuera. Y se fugaba. Sentía como desgarraba mi rostro hasta mis manos, caía un hilito de lágrimas permeadas de memoria y supe que mi Patria me necesitaba. La frustración me absorbía, incapaz de poder ir a ayudar a tu gente, sentirte tan egoísta de estar lejos privando a todos ellos.
Pasaron diez minutos y las redes sociales se saturaron. Personas pidiendo ayuda, personas ofreciendo ayuda, gente que se reunía para hacer el almuerzo a quienes ayudaban. El ferviente sentido de mi México salía a relucir; tiendas que daban parte de su inventario, personas que ofrecía hasta lo que no tenían, jóvenes que utilizaban esa energía para agilizar la ciudad, ancianos auxiliando, gente dejando trabajos para ir a ayudar, hospitales y veterinarias asistiendo gratuitamente; bencineras regalando gasolina, locomoción y automóviles particulares poniéndose a disposición para cubrir las necesidades de la gente.
En su más grande expresión, el pueblo siendo pueblo. Todo ello me demostró que eso es mi México, personas que con todo y tristeza en el alma ofrecen su mano al de al lado, al hermano que lo necesita.
Cuando me preguntaban si mi gente estaba bien respondía no, mi gente anda triste, porque no sólo era mi familia, mi gente era México. Era un solo palpitar, sonido y ritmo, porque “jalamos parejo”.
México, un pueblo que ante la complicación del panorama prevalece el optimismo; México es la casa del desconocido que se la juega por el dolor, el miedo ya no existe para el mexicano pues ante las adversidades constantes, las enfermedades y los gobiernos negligentes, saca fuerzas y sale a relucir lo mejor que es.
Al final, posiblemente, sí seamos como aquel cliché donde celebramos todo en familia ¿Sabes por qué? Porque México es una gran familia y aunque nos cueste ponernos de acuerdo, eso pasa a veces en la familia.
Digo esto porque me dirijo a ti lector, para decirte que si ves, conoces a un mexicano no lo consueles, cómo es que lo puedes ayudar, qué se puede hacer. Porque México no es solo la parte geográfica es una ideología. Y si me logras oír, Puebla de mis amores, no olvides que resistimos invasiones que destrozaron a cañonazos hace 155 años y volverás a reconstruirte del polvo.
Por todo ello les digo que: “Este es nuestro momento, demostrar que el pueblo puede más, que nadie nos vencerá. Le volvimos a demostrar al mundo lo que es México. Debemos actuar en la parte del mundo en que nos encontremos para México. No olvides que es tierra de esperanza, México el país donde la palabra ‘imposible’ no existe. México el país que nunca conoció la frase ‘me rindo”.