Eran gritos de guerra, de estarse muriendo por ser transexual, por ser artista

Por: Valentina Duarte

El 28 de marzo, Pablo Cesar Solís González, más conocido como Canela Inbenjamin, artista transexual y transformista de discoteque en Santiago, fue víctima de un brutal ataque en el recinto donde se encontraba realizando un show a beneficio, en Bellavista.

Canela después del ataque

Canela después del ataque

Fue secuestrado por seis trabajadores del local (el dueño, el DJ, el barista, dos meseros y un sujeto más), quienes lo inculparon por el robo de una botella de bebida y otra de alcohol. Aún después de haber revisado sus maletas y bolsos (sin haber encontrado nada), Canela fue golpeada con palos y fierros injustificadamente. Robaron varias de sus pertenencias, fue humillada, insultada y destrozada contra el suelo.

Además, Canela dice haber sido violentada por Carabineros de Chile (‘Un amigo en su camino’ como dicen por ahí…), por los móviles de Paz Ciudadana de Bellavista, quienes al verla ensangrentada, desesperada en medio de la calle gritando por ayuda, con el cuerpo y el espíritu rotos, la ignoraron.“No entendía nada, me sentí una lacra, una plaga, una basura travesti de mierda que no tiene espacio, cavidad ni libertad en ningún sitio…” relata Canela en su testimonio vía Facebook (el cual fue borrado varias veces y rescatado otras tantas).

¿Qué se supone que debemos hacer, cuando ni siquiera la propia justicia es capaz de protegernos? ¿Qué pasa con todo este odio infundado? ¿Qué pasa por la cabeza de estos psicópatas, de esta gente podrida, para llegar a tales niveles de violencia contra una persona que no le hacía daño a nadie?

Este no es un caso aislado, lamentablemente. Cada día es cometido este tipo de atrocidades contra la comunidad LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales y transexuales). La “justicia” hace oídos sordos y normaliza estas situaciones.

La sociedad chilena sigue sumida en una profunda ignorancia, donde se sigue reprimiendo la libertad de ser uno mismo, donde se teme mostrar nuestra verdadera identidad, donde la inclusión de minorías no es tema en la palestra. Nada te da el poder ni el derecho de hostigar, maltratar o asesinar a quienes son y piensan diferente de ti.

Me llena de amargura y miedo saber que este tipo de sujetos camina libre por las calles, quizás sin remordimientos, creyendo tener el derecho de reventar a alguien porque sí, porque les dio la gana, porque quieren, porque pueden, porque creen tener el poder. Se me hace aún más terrible pensar que, probablemente, estos sujetos tienen una familia, un hogar al cual regresar, junto a su pareja, junto a sus hijos tal vez, y me inunda una profunda  lástima. Lástima por lo valores que les van a entregar a estos futuros miembros de la sociedad, contribuyendo al círculo y ciclo interminable de odio, de violencia e intolerancia.

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No puedo pensar en qué clase de vida llevan cotidianamente. Son personas con quienes nos topamos de forma diaria en el supermercado, en la calle, en la micro, en el colectivo. Pueden ser amigos tuyos, un conocido, un familiar y tú no tienes ni la menor idea.

Por favor. Esto debe parar. Es nuestro deber visibilizar este tipo de situaciones, educar y concientizar desde nuestro círculo más cercano, hablar con nuestro amigos, con nuestros familiares, con la gente que nos rodea. Confío y tengo la esperanza en que la diversidad sexual dejará de ser tratada como un tema tabú, que nuestro género y sexualidad serán respetadas y que dejarán de ser motivo de amedrentamiento, discriminación e injusticias. Eduquémonos, respetémonos y por favor, amémonos. 

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