Entre ropas y frío

Por Fanny Valenzuela

“Debes ir temprano si quieres encontrarlas”, dijeron. Y así lo confirma la niebla que reacia se niega a desaparecer en medio del duro frío de la mañana, pero que también se hace camino entre las largas hileras de ropa que deja ver la calle.

Son las nueve y aún parece muy temprano. Sin embargo, la jornada comenzó hace una hora en las calles de Pedro de Valdivia. Por el suelo ya no queda cemento ni tierra, todo se lo llevan los colores de las prendas que minuciosamente han sido acomodadas por las mujeres que desde las ocho de la mañana dan marcha a otro día de trabajo.

INCLUSO ANTES

Sacan, cuelgan y doblan ropa. Una y otra vez, casi sin parar. Se detienen a ratos a pasar algún dato, uno que otro cuchicheo. Esa también es parte de la pega, hay que pasar el frío de alguna forma. En una mañana de tanto frío se vuelven indispensables los termos y el mate que van de mano en mano, como hilando una conversación.

La jornada continua y una mujer se cobija en su abrigo, frota sus manos una contra la otra y libera un suspiro. “Incluso antes”, afirma con una voz temblorosa de frío. Incluso antes de las ocho se prepara para vender. Yamileth Venegas lleva 3 años con esta rutina, la dura mañana ya no es excusa y el único obstáculo puede ser la lluvia. Se pone de pie y es baja, pero su voz, aunque tembleque por el frío, es firme. Se desenvuelve con calma, una paciencia que parece forjada por la experiencia que otorgan los años y la costumbre. Es una mezcla de paciencia y decisión a pesar de que sólo tiene 28 años.

El mate ya va en otra ronda. Los alientos fríos chocan y se entrecruzan en conversaciones. Todas se conocen, nadie queda fuera. “El ambiente es agradable, son buenas para conversar”, por eso a Yamileth  no le llevó esfuerzo adaptarse. “Excepto por los precios, eso lo aprendí con el tiempo”. Es cuestión de minutos que gente desde el consultorio que queda a sólo unos pasos se acerque, lo que indica que es momento de engancharlos y mostrar destreza con los precios.

Yamileth responde con calidez a quien parece ser una cliente frecuente. Por su credencial y cómo viste es una obviedad preguntar en dónde trabaja, pero por un tema de comprensión recalcaremos que se llama Graciela y trabaja en el vacunatorio del consultorio Pedro de Valdivia. Luego de un intercambio de palabras observa qué hay y la cautiva una camisa naranja. Entre dientes y escalofríos pregunta cuánto vale. Yamileth no lo duda ni un segundo y responde “dos mil pesos”. No lo titubeó, ni siquiera hizo falta que acudiera a su memoria. Fue una respuesta al instante. Por su parte, Graciela parece estar en medio de una encrucijada interna, pero se decide: se la lleva.

QUÉ SE LE VA A HACER

“Antes siempre tuve trabajos formales atendiendo gente”, dice. Su mirada se pierde por ratos y tiene las manos inquietas. Cualquiera pensaría que está agobiada, que ya no quiere más esta rutina, pero su ánimo es paciente. Su predisposición lleva varios años forjándose, desde sus inicios en Ripley como reponedora. “El trato es el mismo, independiente de si es un trabajo formal o informal”, afirma y su mirada parece perderse de nuevo, pero se halla entre los transeúntes que curiosos miran la ropa. ¡Pregunte nomás! ¡Mire con confianza!, se escucha. Yamileth se les une hasta que algunos caen atraídos a su puesto.

Una señora, bastante curiosa, pregunta por un pantalón. Yamileth, apelando a su amabilidad, responde que vale cuatro mil pesos. La señora frunce el ceño y niega con la cabeza. No se lo cree: “está muy caro”. Indignada se va y se esfuma por las calles, con destino quizá a dónde. Yamileth baja la cabeza y deja ir un suspiro. “La gente no entiende que no todo va a valer quinientos pesos, esto no lo van a encontrar a este precio en otro lado”. Es obvio, se molesta y deja ver su frustración. “Pero bueno, qué se le va a hacer”. Se repone, debe hacerlo. El día recién comienza y no puede dejar abatirse tan temprano, aún queda mucho que hacer.

DOBLE TRABAJO

El trabajo no termina ahí, sigue en la casa. Termina la jornada en las calles y Yamileth debe ir a buscar a su hijo. Sin embargo, para ella no es un trabajo, es una de las razones por las que decidió estar aquí. “Se acomoda a mi día, me da para hacer ingresos extras al hogar, tiempo para ir a buscar a mi hijo y hacer las cosas en la casa”. En realidad, nadie decide del todo estar aquí, pero es la opción que mejor queda al día a día. Para Yamileth y el resto de las vendedoras las tareas de la casa son parte de lo que les tocó, es lo que deben hacer. Pero es trabajo, aunque nadie quiera reconocerlo. En el fondo están cansadas, como tantas otras mujeres.

LA INAUGURACIÓN

Mientras la mañana avanza se ven barrenderos por donde se mire, especialmente en el consultorio. Se podría decir que hay más movimiento de lo normal, y Yamileth lo confirma: “Sí, es que va a venir el alcalde por la inauguración del nuevo servicio de urgencia”. Se oye una que otra orden, es la necesidad de aparentar que todo funciona bien aunque realmente no sea así. Y bien lo saben las vendedoras, quienes recibieron la orden por parte de la asistente social del consultorio, disfrazada de recomendación, de no vender durante el día de la inauguración. “Al menos nos reunieron y nos lo pidieron bien”, dice Yamileth. Y sí, a las autoridades les conviene mantener la convivencia. Al menos durante estos días.

Por otro lado, el nuevo servicio de urgencia sigue siendo una promesa sin concretar, puesto que sólo se inaugurarán las dependencias. Los pacientes deberán seguir esperando, pero esto da para otro tema.

AL OTRO DÍA LA MISMA RUTINA

Los ánimos parecen decaer. El frío sigue y cada vez se ve menos gente. Puede que hoy se queden más tarde, no han vendido mucho. “Hay días buenos y malos”. Y es cierto, ha sido malo, el clima no ha acompañado mucho. En unas horas más habrá que recoger todo y ya se siente en el ambiente. Yamileth mira por si alguien viene, está ansiosa. Pero se calma, es parte de la suerte del día. Mañana puede ser mejor, pero seguro el día deberá seguir ciertos protocolos. Yamileth lo sabe, todas lo saben. Resuena como una condena, y lo es. “Al otro día la misma rutina”, se dice.

Esa es la condena…

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