Chile tiene una pena

«Por Gabriel Gutierrez»

Son cerca de las 4 de la tarde del jueves 12 de mayo y todo es normalidad. Nuevamente los carabineros entraron en la Ufro, nuevamente se enfrentaron frente a encapuchados y nuevamente se produjeron desmanes… o sea, todo normal.

Cuando de pronto un hecho en particular comienza a tomarse las redes sociales, una noticia que empieza a correr como el agua a través de los recónditos lugares de la web: “Dos estudiantes muertos luego de una marcha estudiantil en Valparaíso”. Y es ahí donde esa casi triste normalidad vandálica llegó a un punto de quiebre, un punto donde las lacrimógenas y las consignas tuvieron un tercer invitado: la sangre.

auno524299Este trágico hecho hizo automáticamente arder las redes sociales, las que se han acostumbrado a transformarse en verdaderos campos de batalla. Mensajes condenando esta actitud, aludiendo a una brutal represión que vivirían los estudiantes en cada una de las marchas que se realizan en Chile, mientras otros defendían a quien mató a estos jóvenes, ya que simplemente habría protegido su casa al verse amenazado por esta turba de “violentos” estudiantes.

Un intercambio de ideas que se volvió tan violento, que hizo darme cuenta de algo que ha estado latente desde ya durante años y que hasta el momento ha tratado de simplemente hacerlo pasar por problemas sociales, pero nunca se ha discutido a cabalidad como debe ser: nuestra sociedad está enferma. Es más, el Chile en el que vivimos pasó de ser la supuesta copia feliz del edén, a la copia triste de Sodoma y Gomorra, donde la violencia parece ser la justificación de todos los medios.

Es “heavy” darse cuenta dentro del contexto social en el que se vive actualmente en nuestro país. No es posible justificar la muerte de dos estudiantes bajo la excusa de que defender la propiedad privada es más importante que una vida humana, un pensamiento que lamentablemente el maldito y enfermo capitalismo ha grabado con sangre inocente en nuestras mentes. Tampoco es posible justificar la labor de Carabineros, entrando en universidades y repartiendo violencia a diestra y siniestra, amparados dentro de una supuesta misión de “orden social”, pero simplemente actuando como represores que ayudan lo menos posible a esto. Y así tampoco es posible justificar la acción de las personas que asisten a la marcha, pero que lo que menos hacen es apoyarla en el sentido de ideal, sino que simplemente buscan tratar de demostrar su “rebeldía”, escondiéndose bajo una capucha que los hace creerse más “choritos”, pero que solo hace que la idea central de la manifestación simplemente se vaya a la punta del cerro. Los ideales están, la visión de un país que necesita una educación que patrocine igualdad, calidad y gratuidad debe ser siempre un tema en discusión, y la justicia social siempre debe predominar por sobre el interés material… pero cuando se hace todo mal y se cometen completamente todos los errores que se cometieron en este 14 de mayo (desde ambos lados de la vereda), es cuando me doy cuenta de que como sociedad estamos bajo el cáncer de la intolerancia, enfermedad que nos tiene casi en estado terminal.

Captura-de-pantalla-2015-05-14-a-las-16.11.48La incógnita en este momento es: ¿cómo es posible solucionar todo esto? Y a pesar de que no soy sicólogo, solo se me viene una palabra a la cabeza: “el diálogo”. Es más, no hay que ser un erudito en los misterios de la mente humana para tener claro que es hora de que el chileno se dé cuenta que la única forma de lograr el tan ansiado paso hacia la sanación social, solo es posible estableciendo el diálogo y la cordura como las llaves que nos abran las puertas hacia la tolerancia que tanto queremos. Y por sobre todo, se hace urgente que la mentalidad nacional se dé cuenta de que la violencia solo genera violencia, un karma que hasta el día de hoy nos ha seguido hasta el punto de solo generarnos odio y rabia. La premisa ya está presentada, ahora la pregunta es ¿Llegará realmente ese día?

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