Hija de la feria

Por Renata Bastidas y Karla Gutierrez

Frente a la estación de trenes de Temuco, un mundo aparte coexiste a su propio ritmo. Rodeada de calles atiborradas de autos, la Feria Pinto está conformada por aproximadamente 600 locales de comercio dispuestos en cinco bandejones, con una fuerte presencia de comerciantes provenientes de las comunas de la ciudad y alrededores, que hacen que éste sea el centro multicultural mestizo más importante de Temuco.

En los más de 70 años de historia la Feria Pinto ha visto nacer y crecer a generaciones completas que han aprendido el oficio junto a sus padres desde pequeños.

Marisol García es parte de esa generación. De pantalón, parca roja y zapatillas deportivas, se mueve rápido para comenzar la jornada laboral en su puesto al interior de la feria. Acompañada de uno de sus hijos y su nieta, acomodan ágilmente la mercadería del día: paltas, tomates y las ultimas frutillas de la temporada pasada.

-Más bonita me veo trabajando — dice.

Marisol tiene 47 años recién cumplidos. Todos la conocen, la saludan, le sonríen y le estiran la mano. Recorre la Feria Pinto desde que tiene consciencia, sus primeros recuerdos fueron en este lugar. Su mamá era feriante y a ella le tocó aprender de esta labor, del sacrificio y el esfuerzo de ser feriante desde que era una niña junto a su hermana mayor.

Partí ayudándole a mi madre cuando estábamos en Pinto con Miraflores, ahí armábamos los puestos en la calle” — se interrumpe para atender a una casera, mientras esta le cuenta sobre la contaminación de aire que hubo anoche, Marisol llena una bolsa de plástico con un kilo de tomates, se los entrega a su casera y continua — “De las ocho de la mañana hasta la una de la tarde la ayudaba, porque después estudiaba, igual cuando terminé me quedé trabajando en la feria, pero en este puesto”.

Ella no es la única. Los siete bandejones del mercado están llenos de hijos de comerciantes que los criaron ahí dentro, cuando aún no se construían los techos, y debían cobijarse de la lluvia o el calor del sol arreglándoselas con nailon y sus cunas eran improvisadas por cajas de cartón en las que después guardaban la mercadería que no vendían en el día.

Marisol no se detiene, en menos de quince minutos atiende a más de diez clientes, mientras ellos se desahogan contándole alguna penuria o copuchando sobre el último capítulo de alguna novela. A su alrededor se puede encontrar de todo: frutas y verduras, aliños, semillas, hierbas, carne de todo tipo, mariscos, flores e incluso se puede encontrar la palabra de Dios.

Se detiene, pierde la mirada hacia el final de un bandejón y respira hondo.

“Me enamoré de un comerciante acá —el rubor que no apareció en su rostro durante su imparable trabajo, apareció al hablar de su ex marido y a los dieciséis me casé y de ahí que sigo en la feria. El papá de mis hijos tiene su local al final de este bandejon, nos separamos por esto de estar todo el día acá”.

Entretanto coloca sobre las paltas un cartel hecho a mano que advierte a los compradores: “Apretame cuando sea tuya”, concluye diciendo “Es bonito todo aquí, sí. Pero Dios quiera que mis hijos y nietos no sigan en esto, ellos están pa’ algo mejor”.

Recuerdos de lluvia

La sirena de bomberos anuncia que es mediodía, la temperatura con suerte alcanza 16 grados y las nubes oscuras reinan en el cielo, advirtiendo que el aguacero es inminente.

Al costado izquierdo del lugar de trabajo de Marisol están las cocinerías y advertidos por la sirena de bomberos, gran parte de los trabajadores se dirige allí atraídos por el olor a comida que llega, y que es imposible de resistir. “Las cocinas están justito al lado, así es que vamos a ver qué encontramos de bueno” invita Marisol.

Al acercarse a las cocinerías, el olor y el bullicio se hace más presente, el lugar está lleno de compradores que esperan impacientes su pedido, mientras que otros ya disfrutan de un plato de cazuela, pastel de choclo o guatita: platos típicos de nuestra cultura chilena.

Marisol esta sentada en una de las sillas del lugar y apoyada en la mesa de madera, la lluvia se hace sentir y oír a través del techo que protege a todos los trabajadores de la Feria Pinto, mirando hacia arriba, un escalofrío recorre su espalda y recuerda los malos pasares que sufrió cuando era niña y trabajar en la Feria, significaba trabajar a la intemperie “Esta estructura no existía antes, con mi mamá y mi hermana poníamos nailon encima, el viento nos levantaba el plástico y quedábamos mojados, pasábamos frío. El invierno es cruel aquí y cuando llueve, pucha que lo pasamos mal”.

Falta de electricidad, mal estado de la techumbre y locales en precarias condiciones eran algunas de las cosas que todo aquel que se ganara la vida en la feria debía sobrellevar. Las condiciones en que se trabaja han cambiado, y por suerte un día lluvioso no causa mayores estragos en el lugar actualmente.

Los nuevos trabajadores que han llegado a la feria, hijos de la generación de Marisol, no conocen de esas dificultades, porque cuando ellos llegaron la feria ya contaba con techo, decretos municipales, además de puestos ordenados y establecidos.

Está llegando gente nueva que nos quiere pasar a llevar a los más antiguos  — reclama Marisol en el camino de vuelta a su puesto, al ver sus vecinos absortos al celular, sin prestar atención a su alrededor — Yo trabajé junto al primer sindicato para juntar plata que a la Municipalidad le faltaba para hacer esta estructura. Trabajé como un mes, cociné y vendí la comida, sacamos candidata a reina. En fin, hice muchas cosas aquí y ahora ni las valorizan, la juventud no sabe lo que uno se sacrificó para que ellos llegaran a mesa puesta.

Después de la lluvia, sale el sol

En este trabajo no se permiten pausas. Luego del almuerzo, Marisol vuelve a la rutina rápidamente, en un sitio que vibra por el ir y venir de personas. Los feriantes  gritan y ofrecen productos. La gente compra y regatea. Ella se mueve como si estuviera en casa y saluda a los clientes como si fueran parte de su familia.

Vendiendo los últimos dos kilos de frutillas, Marisol le cuenta a su clienta que la están entrevistando, mientras posa exageradamente.

¿Te están entrevistando pa’ la tele, vieja?

Risueña, con el pelo alborotado y voz escandalosa, Marisol responde: “Si guachita, pal’ canal 69” —  provocando risas en a todos los que están cerca.

La historia de Marisol García bien podría ser la de cualquier otra mujer trabajadora que a punta de esfuerzo se ha ganado su lugar, y a pesar de que no todo salga bien, supo sacar adelante a su familia y a ella misma. Después de 35 años de un trabajo sin descanso, Marisol tomará sus primeras vacaciones.

 

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