Por Constanza Coke y Carmen Santis
Con la lluvia como “música de fondo” junto al término de la hora de almuerzo, vemos por rostros conocidos y entre ellos a Santiago Melimán, el presidente de uno de los sindicatos de la feria, quien con un gran abrazo nos recibió en aquel friolento y movido lunes. Al separarnos, nos percatamos de que él tenía de compañía a una de sus colegas, la cual carraspeó a modo de llamar la atención y con una amable sonrisa nos saludó.
Hablamos de Ana Elizabeth Paredo, una comerciante de la feria, quien estaba abrigada con una alargada chaqueta a causa del frío, pero que al encontrarse libre accedió abiertamente a hablar con nosotras, contando muy efusivamente sobre su vida laboral.
De frutas a legumbres
Frente a su puesto lleno de colores y un ambiente más ameno y ligero gracias al acompañamiento musical de la radio Positiva, empezó a relatarnos cómo fue que comenzó su vida de feriante, la cual al principio inició con muchos altibajos, por la poca experiencia que llevaba en el negocio. Si bien hoy su puesto es de legumbres, condimentos, cereales y verduras de temporada, no siempre fue así.
En un comienzo experimentó con la venta de frutas, ya que generaba harta ganancia, pero al pasar el tiempo se dio cuenta que era más lo que perdía que lo que ganaba. Pedía tres cajones con fruta, pero sólo alcanzaba a vender uno y el resto se machacaba y pudría con los días por lo que no vio viable seguir por ese camino.
Decidió ir por las verduras, ganaba poco ya que para ganar necesitaba dos puestos y ella estaba sola. Y a pesar de tener harta clientela era muy sacrificado, dado que debía levantarse a las dos de la mañana para comprar la mejor verdura en la Vega y no tocar la que estaba toda molida y fea. Al final, optó por buscar algo que le durará más tiempo y que no necesitase traer todos los días, llegando así a los que serían sus productos finales con los que ya lleva dos años, que son sus legumbres, verduras de estación y condimentos, los cuales le llegaban al puesto por pedido. Esto le significó una clase de descanso y le generó tener más tiempo con sus cuatro hijos, con los que no compartía mucho, ya que aparte de que los productos anteriores le quitaban demasiado tiempo al tener que ir cada día a buscarlos, también afirmó que llegaba reventada a su casa sin poder hacer nada más que descansar.
Orgullosa de ser feriante
Su trabajo ha sido heredado por generaciones, antes de Ana estaban su abuela y su madre Marisol que aún continúa con un puesto no muy lejos del de ella. Con mucha alegría cuenta como siempre el negocio familiar ha pasado de generación en generación hasta llegar a sus manos. Una de sus hijas también comenzó a trabajar con ella, porque encuentra que es importante empezar a aprender desde temprano cómo funciona todo. Sin ir más de lleno en eso, orgullosa, relata cómo su niñez se vio llena de prejuicios al ser hija de feriantes y de cómo recibía burlas incluso sus profesores por tan solo ese hecho. Pero ella no se dejaba avergonzar y respondía firmemente: ”Seré feriante pero lo que ustedes comen una vez al año, yo lo como todos los días”. También contaba que su madre le decía que la feria siempre debía ser su orgullo, porque era eso lo que la iba a alimentar. Por lo que intentó inculcar lo mismo a sus hijos, enseñándoles que “la feria es una familia de la vida”.
Además, ella misma nos comenta que fue llamada por inspectoría por el mismo motivo, al tener diferencias con sus compañeros a la opinión que tenían de la feria. Esto se debe al contexto clasista en el cual se desenvolvió, dónde se miraba en menos al “hijo guacho” o a los padres separados, quedando señalados y con miradas acusatorias.
Evolución y experiencias de la feria
Contando con una trayectoria de diez años, los cambios han sido notables tanto en la misma organización como la misma estructura de la feria en sí. Junto a una mayor seguridad respecto a los productos de cada vendedor, la comerciante nos comenta que hasta hoy tanto el puesto como bandejón no han sufrido de algún robo. “Lo que pasa es que aquí son poquísimos robos lo que ocurren dentro, porque hay varias cámaras y por lo general la gente aquí no roba, es más en los alrededores, ya que aquí se conocen todos y en la noche el perímetro está cerrado”.
Pero de día esto pasa a ser otro cuento, como nos comenta al hablar sobre las mismas festividades que se repiten todos los años. En el caso del famoso 18 de septiembre, donde vemos el caso de las mismas banderitas y la preocupación por la decoración más el conjunto de colores que llama la atención del turista. Además, dentro de la misma rutina se ven los pequeños chascarros en lo que ha tenido que pasar, como nos comentó entre pequeñas carcajadas. “Mi hijo también botó todo el cilantro, y ahí nos tocó recoger todo lo que él había botado, entre todos los vecinos”.
Como evolución dentro de su trabajo, ella nota el cambio en las mismas estructuras en las que trabajó para llegar a como está ahora, esto lo vemos cuando hace una comparación ante los banquillos. “Antes teníamos banquillos de madera y no eran muy resistentes así que con el peso a veces se mandaba todo abajo, pero ya no pasa porque tenemos un armazón de fierro”.
Otro de los cambios también va con respecto a la misma clientela, que frente al fenómeno de la inmigración ha existido una complejidad respecto a la venta, pero ella nos cuenta que no hay drama “porque ya no es raro ver a un colega hablando inglés o aprendiendo lo básico para comunicarse con la gente, o aprenderse los productos en otro idioma para vender”. Aunque también nos comenta que a diferencia de los de los turistas de habla inglesa, los haitianos lo tienen más complejo, “A la falta de una noción base del mismo para poder comunicarse con uno”. Ana nos cuenta que ellos intentan señalar las cosas, y a la vez ella trata de enseñarles también como se llama cada cosa, para que no le tomen el pelo, como con la plata entre o con los mismos productos, porque hay conciencia de la cantidad que les pagan y el esfuerzo que deben pasar al igual que nosotros. Con el cielo está más despejado a como se encontraba en un principio y hay menos gente recorriendo por los pasillos al igual que la cantidad de puestos abiertos, por lo que al notar como la noche aparece lentamente, nos despedimos de esta orgullosa feriante con un estrechamiento de manos y un beso en la mejilla, más la despedida de sus dos hijos.