Vivir en Lautaro: preocupaciones, sueños e historias de vida entre rieles y ríos

Por: Juan Carlos Poblete

LautaroLlegar a Lautaro y tomar un respiro profundo en la plaza de Armas es disponerse a sentir una ciudad cuya historia ha transcurrido entre ríos, letras y rieles. Sentarse en un banco permite escuchar el viento que golpea las hojas de frondosos árboles que mantienen el vaivén de partículas de polvo que se acumulan en una seguidilla de bancas blancas. Cerrar los ojos es dejarse acariciar por el apenas perceptible tremor del río Cautín, que corre enfervorizado a pocos metros del centro, pasando bajo un puente donde el flujo vehicular no se detiene nunca. Llegar a Lautaro y mirar su zona céntrica es darse cuenta que aunque su construcción es historia pura, su gente está más dispuesta a contar sus sueños, deseos y esperanzas sobre su ciudad que a seguir evocando un pasado que sigue siendo recordado con una nostalgia cada vez más lejana.

Los doscientos metros que separan las dos plazas del centro pueden recorrerse por dos calles: Bilbao o José Miguel Carrera, siendo esta última la que desemboca en el puente viejo, cuyo nombre oficial es Arturo Alessandri Palma. No hay nadie de los más de 30 mil habitantes de Lautaro que alguna vez no haya pasado por ahí, observando el ancho Cautín que en invierno es amenazante pero que en verano se transforma hasta en balneario improvisado.

El límite comunal de Lautaro es bordeado por el río Quillem, por el norte, y por el río Trueno, al sur, siendo atravesado de norte a sur por el río Cautín, afluente que en la ciudad tiene un puente nuevo que se alza como alternativa para el paso de camiones de carga y vecinos de poblaciones del lado sur-oriente. Por ese puente también cruzan micros con nombres de sectores desconocidos, ubicados a kilómetros hacia la cordillera. Calle del Medio, Dollinco, Quiñaco, Chureo, Quilacura o Chumil, son sectores tan recónditos que las destartaladas exmicros amarillas de Santiago son vehículos ideales para los escarpados terrenos lautarinos.

EL TIEMPO, EL TREN Y LAS DISTANCIAS

P1250813Cruzando desde el puente y en dirección a la plaza, Rosa del Carmen Millañir camina a paso corto y calmado buscando un árbol, como para protegerse de un caluroso sol de antes de mediodía. Hace 11 años, llegó de uno de esos sectores rurales a vivir a Lautaro, aconsejada por sus hijos que después de casarse e irse a vivir lejos, le sugirieron comprar una casa en la ciudad. A sus 78 años, dice que su vida es “tranquila y feliz”, y que su día a día en “el pueblo” transcurre entre las labores de su hogar, un intenso cuidado de su huerta y una entusiasmada participación en gimnasia y costurería en talleres que realiza con un club de Adulto Mayor. “Pero colóquele club no más, si tan vieja no soy”, bromea. Deteniendo su paso corto frente a la sede de su club, ubicado antes al cruce de la línea férrea con Bilbao, Rosa escucha una bocina de tren. Antes de que la débil casa de madera comience a estremecerse, reflexiona sobre el ferrocarril y su uso actual. “El tren que viene ahí es de carga. Y el de pasajeros no me sirve mucho porque los horarios son más o menos y no ayudan para ir a Temuco. Los buses sirven más, demoran menos y son más cómodos. Uno puede ir y volver en un ratito. El tren ya está casi como algo romántico solamente, como algo que ya pasó”, dice antes de cerrar la puerta.

El carguero Fepasa, que va con dirección al sur, traslada insumos químicos y su itinerario de pasada es apenas conocido solo por los habitantes de alrededores de la línea férrea. “Acá uno ya conoce cuál tren es cual. Según cómo suene la casa, claro, y eso sirve para medir el tiempo. Si ya pasó el último tren de vuelta a Victoria, ya es tarde”, dice riendo José Manríquez, afirmado en la ventana de su casa por calle Carrera.

CADA ESQUINA TIENE SU PREOCUPACIÓN

El Cuerpo de Bomberos de Lautaro se fundó un 24 de octubre de 1907, menos de un siglo después de la fundación de la ciudad, registrada con fecha de 18 de febrero de 1832. Su cuartel general, ubicado en calle Bilbao, entre la avenida O’Higgins y Manuel Rodríguez, ha sido testigo estoico tanto de terremotos de la época en que el lautarino Jorge Teillier entrelazaba versos como un joven profesor. “Actualmente a nosotros nos corresponde cubrir desde la CCU hasta el cruce del ingreso a Perquenco. Es un gran sector que incluye incluso Pillanlelbún”, describe Leopoldo Moret, teniente de la Cuarta Compañía de Bomberos de Lautaro. “Lo que más necesitamos es un carro forestal 4×4. Ahora se viene el verano y los incendios forestales ocurren en extensiones aledañas a caminos rurales de pésimo acceso, y con los carros que tenemos ahora simplemente no podemos ingresar”, lamenta. “Con los proyectos de adquisición de un carro como el que necesitamos estamos estancados en los recursos, pero aunque tengamos que ir en camioneta o en auto, vamos a salir como sea a prestar auxilio”, dice Leopoldo antes de despedirse moviendo la mano desde una furgoneta de transporte que lleva la palabra “Bomberos” por todos los contornos.

P1250811 Por la misma calle Bilbao, pero por la esquina de al frente, cinco hombres descansan afirmados en una camioneta antigua y llena de aceite. Están frente a una desarmaduría o taller mecánico no muy reconocible, pero a simple vista, un galpón grande aparentemente dedicado a la reparación y ajustes de vehículos mayores. Dentro del galpón oscuro, iluminado apenas por las planchas de zinc ausente en el techo y que tiene charcos de agua –pese a que no ha llovido– yacen furgones y buses. Al lado de ellos, hay cajas donde reposan herramientas engrasadas y cajas vacías que cobijaban piezas mecánicas nuevas. Entre los choferes que esperan mirando el trabajo del mecánico, José Arias Cerda destaca por su mirada paciente. Terco, responde que tiene 58 años, enfatizando que ya tiene hijos adultos y grandes, por lo que su trabajo es casi por vocación más que por necesidad. La “liebre”, como le dice a su micro, es un bus chino al que le falló el motor. “Paciencia es lo que más tengo. Con 20 cabros gritando arriba del bus cada día, esto no es nada”, se conforma. Cada día a las 6 de la mañana desde el sector Yoyocura, a 20 kilómetros desde Lautaro hacia Curacautín, al liceo “B-15”, denominado actualmente Liceo Tradicional Jorge Teillier Sandoval, ubicado también en el centro de la ciudad.

“Lo que hace falta es un terminal de buses. Hace años que vienen diciendo que lo van a hacer y hasta habían dicho que sería en el espacio de costanera de río que quedó entre los dos puentes. Pero de que se necesita, sí. Hace falta”, reafirma convencido. Los buses a Temuco, según confirman sus colegas, se pasean constantemente por calles del centro y los interprovinciales a Santiago se detienen frente a la plaza, provocando un auténtico caos vial que detiene el tránsito. “Así como hacía falta ese segundo puente, el terminal se necesita porque es mucha la gente que viaja y los buses todos los días cortan la calle”, reitera Arias.

TRÁMITES, RUTINAS Y PROYECTOS DE VIDA

De vuelta en la esquina de Bilbao y Avenida O’Higgins, saliendo de la Municipalidad y arreglándose su sombrero, comienza una ágil marcha Pedro Huenchuñir. “Vengo casi dos veces por semana a Lautaro, pero siempre es por trámites. Mi vida está en el campo, en eso le pongo empeño y por eso me toca venir”, dice a paso rápido mientras cruza la avenida.

Ha vivido toda su vida en el sector de Coihueco, ubicado en el kilómetro 14 de la ruta a Galvarino. “Y allá la sequía cada vez es más dura. Por eso vine hoy. A pedir que consideren el sector para el reparto con aljibes. Porque este año se viene complicado y es algo que no se va a poder aguantar”, vaticina el anciano.

Ya a cuatro cuadras de la plaza y la Municipalidad, el carrito de Luis Durán se alza como lo atractivo de la esquina de la Avenida O’Higgins con Cornelio Saavedra. Entre tiendas con música estridente y negocios con olores a incienso, su habilidad para armar paquetes de un kilo exacto de espárragos parece todo un espectáculo. “Acá la gente es simpática, son buenos chatos. Yo llevo 30 años vendiendo en el mismo lugar y la clientela es hasta fiel”, señala reconfortado. A sus 40 años, dice que ha visto Lautaro cambiar cada día desde su carrito de espárragos y frutas de temporada. “La ciudad es bonita, pero al otro lado del puente hay mucho delincuente. Quizás falta seguridad en la población Ultracautín, donde yo vivo. Mayor vigilancia o un cuartel de Carabineros aparte. Con el puente nuevo no se soluciona todo”, critica con severidad mientras pone con exactitud un elástico a un kilo de espárragos amontonado.

Cruzando por la esquina, frente al carrito de Luis, Mirlén Morales camina a paso firme en dirección hacia la plaza de Armas. “Yo vivo en el sector de Coihueco y aunque la locomoción no es muy seguida, ni de mucha calidad que digamos, hacía lo que podía para hacer mis trabajos de la U”, cuenta.

Recién egresada de Kinesiología, con 24 años, toma un alto en sus trámites para sentarse en la plaza. “Yo crecí viniendo a la biblioteca de la ciudad para hacer los trabajos, pagando para imprimir en algún ciber de por aquí mismo… pero eso es porque quería estudiar acá, en Lautaro, y cerca de mi casa”, asegura. “Me quedaría aquí para siempre. Porque me gusta lo tranquilo que es Lautaro y por eso ahora ando, justamente, buscando pega, porque me gustaría ejercer en mi propia ciudad”, dice con voz firme mientras observa un bus que anuncia su salida a Temuco, en medio de un remolino de pasajeros que luchan por un asiento.

Mientras tanto, la sirena del cuartel de Bomberos anuncia el mediodía, aplacando con su sonido el murmullo del Cautín, el ruido del tren que se aleja y el constante viento, que sigue ayudando a acumular polvo en las demás bancas de la plaza.

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