Por Fernanda Gajardo
Tengo la oportunidad de asistir a la clase de electivo “Introducción al Teatro” dirigida por el profesor Oscar Salinas, quien aporta al desarrollo artístico dentro de la casa de estudios. Aquí les cuento mi experiencia.
Lunes por la tarde y me dirijo a la sala “Los Avellanos”, donde el profesor Oscar Salinas, director y dramaturgo de La Compañía de Teatro de La Universidad de La Frontera, realizará sus clases. Bajo la llovizna que acostumbra a caer en Temuco, me acerco a la sala, donde estudiantes se encuentran sentados en los escalones, o afirmados en la pared, en espera de que se cumpla el horario de entrada, la mayoría mirando su celular en mano, todos en silencio.
Una estudiante me ayuda a distinguir al profesor, vestido con chaleco plomo y pantalón burdeos. Me acerco a él y me presento, me responde tratándome muy amablemente, explicándome en qué consiste su clase. “Estamos recién comenzando, en la etapa de compartir para que los estudiantes puedan conocerse mejor y crear vínculos, lo que es importante para que exista un grado de comunión, de confianza, para luego dar paso a la puesta en escena”.
La clase
Entramos al auditorio lleno de butacas que recorren la sala, el escenario junto con sus luces nos espera. Para comenzar la ayudante del profesor nos invita a realizar actividades como elongación, modulación vocal, caminar en el escenario en dirección a un punto fijo. Es así como todos comienzan a moverse de una dirección a otra, luego debemos tocar con una parte de nuestro cuerpo a quien nos encontremos de frente, por ejemplo, tocar con el codo el brazo de alguien.
Estas dinámicas se practican para que exista contacto entre nosotros, para que se produzca interacción. Me parece entretenido, saltamos todos a un mismo tiempo y seguimos avanzando, luego se nos indica que nos tiremos al suelo, todos obedecen al instante, mientras a mí me dificulta seguir el ritmo ya que llevo mis tacos puestos, pero, aun así, trato de seguirlos.
Pronto nos indica otra tarea. Consiste en una representación de escultura con nuestros cuerpos. En mi grupo un compañero simulo estar pensante con la mano en su pera, otro se tiro al piso en forma relajada, y yo simule leer un libro con mis manos. Queríamos exhibir el estudioso, el flojo y el supuesto pensante en el paro, ciclo por el que todo universitario pasa.
Antes de que un compañero explicara el significado de nuestra figura los demás debían de descifrarla, por lo que hubo un lapsus de silencio, hasta que alguien dijo exactamente lo que estábamos tratando de simbolizar, meta cumplida, fuimos gráficos, pero aun así a otros les costó mucho interpretar. Pude observar que es complicado querer expresar algo de manera evidente e indiscutible. De esto se trata el actuar, de que con tu cuerpo y tus gestos se note claramente el papel del personaje que se quiere representar.
Un espacio amigable
Al continuar de la clase tendríamos otra tarea, debíamos contar la anécdota de un compañero como si fuera la nuestra, además el “público” presente haría preguntas que el “actor” debía responder, mejor dicho “chamullar”. Viendo al “actor”, escuchando cada acontecimiento, junto a las respuestas de mis compañeros fue inevitable reírme y pasar un tiempo agradable. Llega mi turno, me siento un poco nerviosa, miro hacia mi audiencia y veo una luz brillante sobre mí, pero finalmente todo sale bien. Es verdad que esto sirve para perder el miedo, para entrar en confianza como lo dijo la ayudanta del profesor, “es para que comprueben que aquí nadie juzga a nadie, que pueden expresarse sin temor”.
Después de esto, volvimos al escenario con música ambiente de melodía alegre, se nos invitó a bailar, comenzamos a movernos con completa libertad, esto crea una atmosfera amigable. Sin duda fue un cambio de esquemas y rutinas, nunca pensé pasarlo tan bien en una clase, pero ahí estábamos, como si fuera una fiesta de cumpleaños, todos felices. Para terminar, se llevó a cabo la representación del fragmento de una obra teatral, nuestro grupo escogió “Tres Marías y Una Rosa”, del autor chileno David Benavente. Tuvimos tiempo para ensayar para estar preparados al momento de la exposición en el escenario.
La clase duro tres horas, fue un tiempo en que sin duda un estudiante se puede quitar el estrés de un pesado lunes, puede vivir la experiencia de compartir, comunicar, pasarlo bien, y aprender al mismo tiempo. Vi el cambio de la indiferencia de esperar fuera de una sala a la simpatía de un encuentro cercano entre estudiantes. Un día frio se puede volver cálido.