Dibujante y escultor, Carlos Gutiérrez: “Con la boca uno se jode o se levanta”

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Por Valentina Duarte

El día 20 de abril del año 2016 dejó de ser un día cualquiera para los habitantes de La Araucanía. Miles de personas perdieron sus fuentes de trabajo tras el incendio que consumió por completo el Mercado Municipal de Temuco. A pesar de ello, el pueblo ha sido capaz, con mucho esfuerzo, de ponerse de pie y enfrentar  la adversidad, posicionándose ahora en el nuevo Mercado Modelo, frente a las ruinas.

Mientras daba un recorrido por el nuevo Mercado, algo estrecho, aglomerado de gente y sus voces, sentí que algo faltaba. Que más bien, alguien faltaba. Eché de menos a aquel personaje, que en más de alguna oportunidad, todos nos acercamos a contemplar. Aquel que se situaba junto a la pileta con su atril, sus lápices y su arte. Extrañé a don Carlos Gutiérrez Cortés, dibujante y escultor del Mercado Municipal de Temuco. No fue difícil hallarlo, solo necesité preguntar una vez para dar con su paradero. Divisé a la distancia su mesita y sus retratos en la Galería Ñielol. Se encontraba entre un avioncito a monedas y una heladería. Tras de él, una pared de vidrio que deja ver el interior luminoso del supermercado Santa Isabel. No estaba dibujando, pero aun así la gente se detenía para saludarlo.

Me acerqué a él para conversar y de inmediato me ofreció una silla y me mostró una pieza que trataba de arreglar para el refrigerador de su casa. Tras conversar largo rato, sobre todo y nada, aceptó mi pequeña entrevista.

—Don Carlos, podría contarme ¿cómo fueron los días posteriores al incendio?

—Tristes. Después de que se quemó el Mercado trabajé en los pubs como por quince días. Antes yo iba a dibujar en los pubs de Avenida Alemania, en la noche. Llegaba tarde a la casa, con dolor de cabeza porque la luz era pésima (…) Me invitaban todos, “sírvase una chela” me decían y yo después llegaba a la casa arriba de la pelota -suelta una carcajada-. No hallaba cómo salir de eso. Me daban la una de la madrugada para poder hacer una plata. (…) En la mañana, me iba al Rodoviario, porque había público y me venía caminando, ofreciendo dibujos por los negocios (…) Ahí apareció un amigo con la idea de una entrevista con el alcalde y me tiró al Mercado (…) El Mercado fue bueno, fue como una salvación. No quería estar a la intemperie o seguir trabajando en los pubs en la noche. A la pinta quedé. Hasta que se fue el pobre mercadito. No hay mal que por bien no venga, vendrá un Mercado bonito…

—¿Le alcanzó a tomar cariño al Mercado durante el tiempo que estuvo?

—Como patrimonio lo veía bonito, por eso tiene que continuar. Es la imagen del pueblo. Era un aporte a miles de personas que hacían cosas pequeñitas. No figuraron, no fueron protegidos (…) Era una gran industria que se movía con algo representativo. Aparte del cerro y el río Cautín, ¿qué otra cosa nos representa? nada más. El Mercado era ícono, con sus comidas, sus artesanías, el caldillo de congrio que comía Pablo Neruda, había historia, una imagen.

—Desde que llegó al Mercado, ¿siempre llamó la atención su trabajo?

—Lo mío era novedad, la gente me decía que ‘qué bueno que llegaste acá, porque acá tú armas tu mundo’. A veces el Mercado estaba muerto, pero a mí se me juntaba un montón gente (…) La municipalidad se puso con un personaje, algo antiguo como es el dibujo a lápiz. Es como una escena costumbrista que se mantiene y sobrevive. Y bueno, ahora no hay ningún espacio en el Mercado Modelo.

—¿Y por qué no se ha ido para allá, no le gusta?

—Es muy chico, la gente no entra. Lo que uno busca es gente, un flujo de público. Allá nadie entra ¿quién me va a ver? Además, me da miedo la carpa, la veo frágil, está muy expuesta. Prefiero estar aquí, estoy seguro y tengo más público, bajo techo por lo menos. El año pasado con una pura corriente que pasó yo agarré neumonía, estuve una semana en cama, estuve gravísimo, vi médico, me puso defensas y me recuperé.

—Actualmente, ¿reconoce alguna diferencia entre la clientela que recibía en el Mercado y la que llega acá a la galería?

—Si cambió… todos me dejan una foto del celular para dibujar, mientras que el que era turista en el Mercado se sentaba allá y yo dibujaba en vivo. Dibujar en vivo es lo simpático, porque uno conversa de allá para acá por mientras, ahora con la imagen de celular no más. El temuquense no tiene tiempo. Hay mucha diferencia, por lo menos he sobrevivido.

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NUEVOS AIRES

—¿Y cómo llegó a trabajar acá en la Galería Ñielol?

—Bueno, yo tengo un lema que me ayuda, hago ‘dica’. Dica es apretar los dedos y repetir intencionalmente lo que uno quiere. Yo me paraba aquí con mi maletín, al lado del avioncito y miraba a la ventana de los jefes de arriba y me repetía “lo voy a conseguir, lo voy a conseguir”. Así pasé como una semana, todos los días y me llamaron -se ríe- (…) Yo les digo a mis amigos que buscan pega que se convenzan de que lo van a conseguir. Si uno tiene convencimiento y su fortaleza lo puede hacer. Con la boca se jode o se levanta.

—¿Quién le enseñó el “dica”? nunca lo había escuchado antes…
—El autoconvencimiento me lo enseñó un chileno en Sao Paulo. Él me contaba que había sido ratero, era lanza en los supermercados de Sao Paulo. Yo le preguntaba cómo lo hacía para que no lo vieran y me contó que tenía un sistema infalible. Se ponía al frente del súper a hacer ‘dica’, diciendo ‘no me van a ver, no me van a ver’ -suelta una carcajada, me río con él-. Una vez  le falló la ‘dica’ y lo agarraron.

Mientras llega la tarde, Don Carlos con sus dedos apretados elevando su secreto mantra, consigue un par de clientes. Le dejan la foto del celular y se van. —“Mañana regresamos por el dibujo”.

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