Una Feria Pinto y tres historias para conocer

Por: Ricardo Olave

Son las 10.30 de la mañana y el calor abrazador del sol comienza a quitar el rocío de las ventanas de la Feria Pinto, lugar que, en sus años dorados era el sitio principal donde el migrante llegaba a La Araucanía al bajarse del tren, ahora pasó a ser el reflejo de esta región siendo la conexión entre la urbe y el campo a través de su agricultura. Y es que esta mañana dominical es distinta. Con mi madre enferma yendo hacia el consultorio Miraflores caminábamos por los pasillos al ritmo de los constantes gritos en pos de ofrecer los productos, esos anuncios que despertaban al borracho con la bandera de Deportes Temuco que amanecía con esa resaca llena de victoria y triunfo de estar en primera división. Al lado de éste camina un reconocido vendedor de merkén que no le tiene miedo a la fuerza policial y, en la calle Barros Arana, un edificio parte de la historia local se cae a pedazos. Tres historias y personajes viven en este sector de Temuco.

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Esos recuerdos en los bandejones

-Ya no aguanto más con esta tos- me dijo mamá. El asma y las típicas enfermedades respiratorias en otoño ya se hacían presentes en mi familia. Y es que ella siendo el sustento del hogar no tenía más “remedio” que dirigirse al consultorio, donde tras tres horas de espera por un tratamiento correspondiente para sus achaques, recibió el diagnóstico y las pastillas para su recuperación. Eran cerca de las 10 de la mañana, su cara tenía un aspecto más esperanzador y ella ya pensaba qué iba a cocinar para el almuerzo. Como el consultorio queda a unas cuadras de la Feria Pinto, decidimos ir a hacer las compras para preparar un arroz con pollo escabechado.

Desde 1945 este sector creado entre las calles Lautaro y Barros Arana ha estado uniendo tiendas comerciales, estaciones de buses comunales, de trenes o las ferias de las pulgas que se instalan sin permiso; hoy se ha fortalecido como el centro de conexión entre la urbe y el campo, donde los colores de las frutas y verduras (en su mayoría) libres de tantos transgénicos, provenientes de generaciones de familias ligadas a la tierra y al cuidado de la naturaleza, se venden a precios económicos y libres de alguna colusión. Así cuenta doña Martita, la señora que nos vendió el cebollín y el puerro para el almuerzo. Ella dice llevar muchos años y se ruboriza al contarme sin decir fecha, mientras que su colega de puesto, don Roberto, se crio en esas calles con sus padres y legó el puesto de cebollas de ellos. “Antiguamente teníamos un techo de unos dos metros con unos ollos que en invierno mojaba todo y agarrábamos unos tachos de pintura pa’ que cayeran los goterones”, en referencia a las antiguas instalaciones, muchas de ellas con los típicos problemas de la seguridad y la suciedad por las calles, locales de pescados con instalaciones de electricidad “hechizas” para cuidar la mercancía de noche, lanzazos constantes alrededor de los lugares pero siempre en mayoría gente honesta y sencilla que busca ganarse la vida de manera honesta.

169056_149794198407391_6504605_n.jpgDoña Martita se dio el tiempo para una foto

Hoy, tras el inicio de remodelaciones de los bandejones entre 2001 a 2005, un plan de seguridad con los retenes de Carabineros, y el trabajo en equipo de todos los locatarios, ha formado una nueva imagen a la feria, de la que algunos aún recuerdan con cariño. Don Roberto quiere volver a ver las imágenes del ayer que recaen en su mente. Otros quieren olvidarlo.

El Pikante: La tradición del merkén

“Aquí le tenemos merkén ahumado sin sabor a ladrillo, señorito” me dice con una sonrisa de oreja a oreja don Rómulo. Tras la compra, me cuenta que se crio en Santa Rosa y gran parte de su vida la hizo en su casa ubicada en el barrio Pedro de Valdivia. “Yo chorié cuando chico, me importaba una weá los otros giles”, dice este hombre que tras una vida de alcohólico,  le tocó criar a los hijos de su cuñada cuando ella murió además de sus 3 críos, dos nietos y su esposa, prefirió aferrarse a lo que le enseñó su mamá “la señora Pancha”, la buena cocina. La preparación de humitas, pasteles de choclo, cazuela de ave, de vacuno, de equino o de conejo son conocidas por los hambrientos visitantes de la Feria; además de la venta de ajos y el mítico merkén, el condimento de origen mapuche hecho de ají ahumado con semillas de cilantro, sal y otros ingredientes que prefiere no mencionar porque la competencia es grande. Cuántas veces dio la mano, veía como la gente pasaba a rascarse los ojos y empezaban a lagrimear, por el cual se ganó el apodo del “Pikante”, y le gusta que sea escrito con la letra k porque “le pone su toque”.

WP_20140711_004.jpgEl Pikante dijo que era más bonito el mural que una foto de su persona

Su vida ha sido dura, dice no temerle a nadie. “Si me pillan los pacos, los saludo y sigo laborando”, dice ya que a veces vende en pleno centro de la capital de La Araucanía sin miedo a que sea considerado comercio ilegal. Aunque tiene el puesto 152 en el bandejón 2, solo sirve para dejar su bicicleta que usa para llegar desde su casa, a la cual me invita a visitar pese a que al terminar de vender sus productos vuelve a su taller para dormir desde las 22 horas y despertar a las cinco de la mañana. Sus motivaciones están claras. Mi hija del medio, la Mily, quiere ser de la PDI”-menciona. Él, como muchos más trabajadores, sigue dando la vida por sus familias, y lo disfruta. “Soy mi propio jefe y me debo al público, como los famosos” dice mientras se ríe y me pega un palmazo en la espalda. Al terminar de conversar, le ofrezco sacarle una foto, el Pikante dice que prefiere pasar de incógnito y que “el Neruda es más bonito”.

Pasó de estar Allende a ser un motel de mala muerte

Tras un par de vueltas, varias compras y la constante tos de mi madre, decidimos volver a casa pasado el mediodía. La micro que nos deja a una cuadra de nuestra casa la debemos tomar a las afueras del mítico edificio Marsano, el hotel del año 1926, que en la punta tiene un diamante mármol, el cual lo transforma en un sitio turístico esencial del sector.

En ese lugar construido por inversionistas italianos, recibió en sus años dorados a Presidentes como Salvador Allende o Eduardo Frei Montalva y ahora, por el módico precio de 7 mil pesos por personas, puede alojar en camas antiguas además de optar al servicio de baño compartido. Gran parte de su estructura se dañó gravemente para el terremoto del 2010, siendo utilizado dos tercios del lugar.

Y es que el encargado, un hombre que demuestra su molestia a preguntas que, según su jefe, no le gusta que él responda. Si no fuese por una visita hace unos años atrás por mi trabajo, tal vez seguiría creyendo que este histórico lugar pertenece al patrimonio del país, lo cual no sucederá ya que según la gente del lugar los herederos están esperando que muera el dueño para que salga algún negocio.

¿Qué esconderá el hotel entre sus finas perfecciones de siglos pasados?, ¿Qué esconderá el Pikante? ¿O la señora Martita? La Feria Pinto es un mundo lleno de personas, de historias, muchas de ellas escondidas al ritmo vertiginoso de sus productos y sus colores, de esas que con un poco de conversación salen a la luz.

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