«Por Enzo Cristóbal Rocha»
Hoy estamos en presencia de una de las etapas más brillantes en la historia del cine nacional. Y no se trata de desmerecer lo hecho por generaciones pasadas, incluso de las inmediatamente anteriores; no obstante, esta nueva camada de directores, de los que podemos ser testigos hoy, está dando de qué hablar. No es raro saber de vez en cuando que un filme chileno esté participando y rindiendo muy buenos frutos en algún importante festival en el extranjero. Lastimosamente, no siempre esos réditos se ven reflejados en el ámbito local. Son contadas las excepciones —aunque cada vez en mayor cantidad— en que se replican los éxitos de afuera acá en casa.
Imagen: Afiche de película Gloria de Sebastián Lelio.
Esta nueva generación de cineastas intenta —voluntariamente o no— desmarcarse de las que le precedían, tanto en las formas de crear como en el fondo, es decir, los temas que tratan en sus películas.
Vamos al comienzo. Se dice que el puntapié inicial de todo este rollo comenzó en la versión del año 2005 del Festival Internacional de Cine de Valdivia, en el que se presentaron cuatro películas de directores que en ese entonces volaron la cabeza de los asistentes a la cita cinéfila. Sábado, de Matías Bize, La sagrada familia, de Sebastián Lelio, Play, de Alicia Scherson, y Se arrienda, de Alberto Fuguet, se exhibieron en la oportunidad y abrieron los ojos de críticos y entendidos del séptimo arte, quienes no demoraron en comparar aquel momento con lo ocurrido en 1969 en el Festival de Cine de Viña del Mar: el estreno de significativas cintas y el comienzo del Nuevo cine chileno. Ahí, Valparaíso, mi amor, de Aldo Francia, Tres tristes tigres, de Raúl Ruiz, y El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin, mostraron el camino que continuó durante los años de Allende y los primeros de Pinochet.
Ahora, y a propósito de cómo comienza el texto, con eso de que esta generación actual es de las más brillantes, está clarísimo que es imposible pasar por alto la huella y el legado del Nuevo cine chileno de los setenta, pero no todo tiempo pasado fue necesariamente mejor. La tendencia a idealizar épocas doradas del pasado solo aumenta la nostalgia y hace evadir los problemas actuales, que es, aunque parezca un contrasentido, de lo que se ocupa el cine de esta última y nueva generación, llamada a ser parte del nuevo Nuevo cine chileno. Los directores de hoy nos hacen ver un Chile que avanza en temas de libertades individuales de género, sexuales, políticas y religiosas, por lo mismo su cine exuda eso: argumentos personales y de claros códigos intimistas.
Las segundas partes a veces son buenas
De cualquier manera, es exagerado designar a este incipiente boom como una tendencia siquiera. Esta generación es tan nueva que pareciera ser un poco apresurado enmarcarla ya dentro de un movimiento o hablar de sus filmes con un rótulo de un nuevo género cinematográfico encima (¿es acaso el cine chileno un género?). Incluso más si el nombre que se le buscó evoca directamente a ese viejo Nuevo cine. Las comparaciones todavía suelen ser odiosas.
Pese a esto, a la cercanía nominal que comparten estas dos importantes generaciones de cineastas, los resultados —en el ámbito internacional, especialmente— experimentados por esta “joven” generación están a la vista de todos: Gloria (2013) en la Berlinale, El futuro (2013) en Rotterdam, La nana (2009) en Sundance, por nombrar a los filmes más recientes, han sabido de este éxito.
Estos resultados, a su vez, indican que algo hay. Tal vez no lo suficiente para hablar de un movimiento maduro con un manifiesto que lo sustente, como el de los cineastas de la Unidad Popular; y si consideramos lo ecléctico que es nuestro cine, que habla de todo, con directores tan disímiles, más dificultosa es la tarea de agrupar a estos realizadores y sus filmografías por criterios estéticos, temáticos y de contenido que desemboquen finalmente en el tan ansiado movimiento.
Pero de que hay algo, hay algo, eso no se rebate. Quizás por ahora solo se comparte un entusiasmo o es únicamente un modo común de hacer cine que podría llegar a transformarse en un canon. Lo bueno de todo es que esta segunda parte está recién comenzando y, como se sabe, el tiempo dirá si esta brillante posición que goza el cine chileno dará para más. Que hable el tiempo.
Los nuevos temas que aborda la nueva generación
Cuando Patricio Aylwin asumió en el poder, ganando en las urnas en diciembre de 1989 y, luego, asumiendo su cargo de Presidente de la República en marzo de 1990, el contexto cambió para todo y para todos. Los nuevos aires de democracia trajeron consigo libertades en el desarrollo artístico que estaban perdidas en el proceso dictatorial anterior. El cine también se vio salpicado por esos aires y la situación en que se encontraba era expectante, más aun si sabemos que en los últimos diecisiete años solo se habían podido estrenar siete filmes rodados en el país. Ahí cobra una tremenda relevancia lo que hicieron los directores que trabajaron desde el exilio, desde donde provenía el grueso del cine chileno.
Después de ese histórico momento, los que estaban fuera del país pudieron volver y los que permanecieron en el régimen militar, que por razones económicas se habían dedicado más a la publicidad que al cine, ahora podían trabajar de lleno para la pantalla grande.
Hoy en día, podemos apreciar que coexisten, al menos, tres generaciones de cineastas, cada una con distintos matices (Excéntricos y astutos, Carlos Flores Delpino, 2007). Está esa que convivió con la dictadura (en el país o en el exilio) en los setenta y ochenta, que ahora vive su madurez absoluta y que de tanto en tanto sorprenden con obras maestras sacadas del contexto actual. Tal es el caso de Patricio Guzmán y el cine de no ficción. Guzmán, archirreconocido por su trilogía La batalla de Chile, en el año 2010 da a conocer su película Nostalgia de la luz entre tanto cine documental que muestra distintas visiones de una misma época: la dictadura, que a esta altura parece, someramente, tema gastado y añejo. Pero eso es el caso del documental en Chile y lo que acá se analiza en mayor medida es lo que ocurre con el de corte argumental. Y ahí también encontramos a Silvio Caiozzi, Gonzalo Justiniano y, obviamente, aunque ya muerto, Raúl Ruiz.
Luego de esa experimentada generación, tenemos a la que empieza a rodar las primeras películas en democracia y que se destaca en 1999 con películas como El chacotero sentimental y Sexo con amor. Dentro de esa generación, tenemos a Cristian Galaz, Andrés Wood, Boris Quercia y Marcelo Ferrari, que, junto a otros, llegan al cine “en su vida adulta, con una fuerte vocación por conectar con las grandes audiencias, establecer narrativas clásicas y crear sistemas de producción industriales”, según Ascanio Cavallo y Gonzalo Maza, editores del libro de 2011 que se atrevió ya a ponerle un nombre a la generación objeto de este estudio, El novísimo cine chileno.
Apoyando eso, sobre esta primera generación de directores en democracia, el también director Carlos Flores Delpino explica en su libro Excéntricos y astutos (2007) que:
Con la aparición de las Escuelas de Cine en 1994, la creación de los fondos concursables que ofrecen los gobiernos democráticos de la Concertación a partir del año 1999, la aprobación de la Ley de cine en el año 2005, el surgimiento del video digital y de las multisalas del cine Hoyts, que permiten a los cineastas jóvenes tener un acceso más fácil a la distribución comercial, surge en estos últimos cinco años, de manera paralela y antagónica al cine alegórico y simbólico, una nueva generación de cineastas que se esmera por encontrar caminos originales para realizar sus películas.
Acá es donde finalmente hace irrupción la generación que asume cambios en la forma y fondo del cine chileno de los últimos años. Ya sabemos que el hito que la pone en órbita y que de cierta forma comienza a articular lo que se llama hoy nuevo Nuevo cine chileno (o Novísimo cine chileno, como el libro) fue el Festival Internacional de Valdivia de 2005, en el que los primeros cultores de esta aún insípida tendencia o movimiento presentaron sus notables trabajos del año. También entendemos que el nombre es muy sugerente, no solo por la ineludible comparación con el movimiento de los setenta, sino porque, para que algo sea llamado nuevo, deben existir factores diferenciadores con lo anterior, lo conocido hasta cierto punto.
Aquí, entonces, toma más fuerza lo citado anteriormente, cuando en palabras de Carlos Flores Delpino vemos que la exposición del cine, así como el acercamiento a quienes desean hacerlo, es mayor a medida que la tecnología y la globalización así lo permiten: acceso al video, que también arrastra facilidades para su distribución y difusión, gracias también a un cada vez más masificado internet.
Pero donde de verdad se sienten cambios más notorios es en los contenidos de los filmes de estos nuevos realizadores. Hablando de estos cuatro cineastas, que vendrían a ser una suerte de fundadores del nuevo Nuevo cine chileno, Scherson, Lelio, Bize y Fuguet tienen en común un cine que se preocupa del yo. Sus películas tienen una mirada más intimista que la de las generaciones pasadas, claramente marcadas por los contextos en que ocurren, como cualquier fenómeno social, político o cultural. Sería imposible decir que no hay diferencias entre los directores que pasaron por la dictadura, los que trabajaron a principios de los noventa y los que lo hacen hoy.