El cine y la memoria de un país

«Por Enzo Cristóbal Rocha»

“Un país que no tiene cine documental es como una familia sin álbum de fotografías”. Patricio Guzmán (Cineasta nacional)

A veces pasan cosas. Cosas buenas, como la llegada de un nuevo integrante a la familia; algunas terribles, como las muertes. Todas, sin duda, marcan el destino de quienes las padecen. Y los países también sufren. Y, particularmente, Chile ha sufrido: han ocurrido ciertas cosas, y, claramente, han marcado las vidas de quienes comparten algo más que este territorio y sus colores. Pero cómo saber estas cosas. Cómo darnos cuenta de una realidad que nos pertenece, y que, sin embargo, podría ser totalmente ajena a nosotros. Ahí, entonces, apunta la cita de arriba, al sentido que tiene la memoria en el caso singular de una familia o a uno más general, como lo es conocer la historia de un país.

Fuente: www.artv.cl

En los años previos a la dictadura militar, Chile parecía tener una pequeña industria dedicada a esto, a dar cuenta de la realidad que se vivía, una que escapaba lejos del caos que finalmente detonó en el golpe de estado de 1973. Porque ya desde antes de que fuera elegido Salvador Allende como Presidente de la República, la efervescencia por la entonces oportunidad de que fuera electo democráticamente un candidato que se identificaba como marxista era sinónimo de, a lo menos, expectación. Y no solo en el país. Cuando finalmente Allende viste por primera vez con todo su derecho la banda presidencial, en buena parte del mundo se celebra que la revolución bien podía llegar al poder de mano del pueblo y por una vía democrática, lejos de la violencia.

Esta industria a la que hago referencia es la del cine, que tuvo un auge importante a fines de los sesenta y, sobre todo, a comienzo de los setenta, con ayuda estatal de por medio, y que ya contaba con infraestructura necesaria para seguir perfeccionándose, pero lo más importante para continuar desarrollándose en materias de producción. Se avizoraba un futuro esplendor.

Del dolor a la cura

Pero como a veces en la vida suceden cosas, en Chile pasó lo que pasó: la dictadura de Pinochet arrancó casi de cuajo toda intentona de esta industria de seguir documentando la realidad de la época. De este modo, muchos de los cineastas, por no decir la mayoría, prefirieron —voluntariamente, acá nadie fue obligado— el exilio como lugar ideal para lanzar sus dardos. E hicieron bien su tarea, la de mostrar al mundo lo que acá nadie parecía (o no quería) ver. Evidentemente, era más que riesgoso quedarse, pero algunos, sintiendo que el arte había que defenderlo in situ, siguieron sus latidos y continuaron viviendo en el país, sabiendo las consecuencias a las que se atenían, con persecuciones políticas incluso: todos tenían su color. Pero se quedaron. Y eso sí que fue difícil.

Estos cineastas poco podían hacer frente a la cruda represión del gobierno de facto que coartó toda libertad de expresión. Ante tal panorama, solo quedaba dedicarse a la publicidad (o salir del negocio), hacer algún dinero y, muchas veces, en celoso secreto producir uno que otro filme, que a su vez era imposible de mostrar a un público masivo. Por eso no debe extrañar la exigua cantidad de filmes (de ficción y documentales) rodados y producidos en el país entre los diecisiete años que duró el mal corregido régimen militar: apenas siete cintas.

Documental “La Ciudad de los Fotógrafos”, una película de Sebastián Moreno.

El cine sana, y el tiempo se ha transformado en tremendo aliado del séptimo arte, en este sentido. Hoy, ya bien entrada la democracia, no es extraño ver en cartelera o en la televisión filmes que traten temas que a comienzos de los noventa no hacían más que irritar una herida difícil de sanar. Hoy podemos disfrutar de películas que logran exponer historias, posturas y contextos tan disímiles como los que se aprecian en I love Pinochet (2001) y El mocito (2010) de Marcela Said, Machuca (2004) de Andrés Wood, la trilogía de Pablo Larraín que culminó con No (2012) o Pinochet (2012) de Ignacio Zegers, el controvertido documental en homenaje al dictador, por nombrar a las más recientes; todas obras que abren el abanico que ha podido crear el cine nacional. Eso sí, en cualquier caso, lo importante es que esa sanación no signifique olvido.

Trailer “El Mocito”, un documental de Marcela Said y Jean de Certeau.

Así, con todo, bien hemos podido hasta nuestros días reconstruir nuestra memoria como la gran familia que somos. En un principio, gracias a la tremenda labor realizada por los profesionales que decidieron autoexiliarse, más el encomiable trabajo de los que grabaron en casa; y los de hoy, que merced al trabajo recopilatorio anterior, ya sea por documentalistas, historiadores, periodistas, escritores o historias de sobremesa, han sabido construir, reconstruir y darle forma a la memoria histórica nacional, y así sanar un poquito las heridas del ayer.

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