La hospitalidad de la capital “narco” de Latinoamérica

Tras recorrer el suroeste de Brasil, la primera ciudad del Paraguay que me recibe junto a mis amigos esconde muchas historias que tienen que ver con sangre y poder. Mientras que hace dos semanas, el capo de la mafia muere producto de balas antiaéreas, un traficante de piezas de automóvil nos recibe en la mesa de su hogar.

Por Ricardo Olave

Si miramos a Sudamérica en un globo terráqueo, Paraguay, muchas veces, pasa inadvertido en el mapa. La tierra guaraní, que sufrió el genocidio más grande del mundo en la guerra del chaco o que ha entregado futbolistas como Lucas Barrios o Salvador Cabañas, también se ha convertido el segundo productor mundial de marihuana y foco de las drogas en nuestro continente. Pero todos esos datos jamás pasaban por las ideas de Diego y mis otros dos compañeros mientras hacíamos dedo desde Dourados, una ciudad brasileña del estado del Matto Grosso a 120 kilómetros de Pedro Juan Caballero, el primer lugar al que llegaríamos de ese país. Y es que al ser cuatro personas viajando, el problema de la comunicación reina cuando debemos separarnos en dúos.

Cuando llegásemos al Paraguay con Diego debíamos ver la forma de enviarle un mensaje por Facebook a Simón, ya que otro compañero de viaje, Jesús, dejó cargando su teléfono en un camión brasileño. Si hubiésemos sabido que al lugar lo consideraban un infierno por matanzas al estilo mexicano, quizás nunca habríamos aceptado el ofrecimiento de don Gerardo.

Don Gerardo

Al llegar al país, tenemos que cumplir con el protocolo del control fronterizo. Como el mapa de Google no funciona sin datos móviles, la primera persona a quien le conversamos nos indicó la dirección e incluso ofreció su camioneta Chevrolet del año para buscar a Simón y Jesús. Gerardo, a través de su acción y su hablar, era un representante de su ciudad. Al subirnos en el asiento trasero con Diego, el hombre que sin motivos nos contó que le faltaba el pulmón derecho, comenzó a conversarnos algo ligero hasta que supimos su profesión. “Soy narcotraficante, trafico de todo lo que puedes imaginar” dijo, con ese acento que remarca las erres como un gringo hablando español, nos contaba nuestro amigo mecánico de 43 años y cuatro hijas. Al encontrar en las calles de Pedro Juan a nuestros compañeros, Gerardo nos llevó a hacer el trámite del pasaporte.

Al llegar, la despreocupación de la aduana entre la ciudad y Brasil, ya que no nos revisaron y ni se preocuparon en pedir el pasaporte para poner el timbre, entregaba los primeros indicios de lo que conoceríamos de uno de los países que vive de la ilegalidad. Gerardo ofreció un paseo por sus calles principales, indicando los puntos donde el empresario Jorge Rafaat, el capo de la mafia del lugar, había muerto dentro de su Hammer luego que dos camiones lo encerraran para dispararle balas antiaéreas que derriban misiles y quitarle el negocio de la marihuana y sus miles de transacciones que movía hacía Europa. ¿Acaso suena real todo esto?

La familia

Era chistoso recorrer la ciudad rumbo a su casa. Pasamos por el aeropuerto que servía para traer las piezas adulteradas que ocupaba en su taller, por donde también pasamos y vimos a dos policías tomando una “Pilsen” mientras conversaban con sus mecánicos, hasta llegar a su casa, que por fuera su gastada pintura verde contrastaba con los siete vehículos con placas de distintos estados de Brasil. Al entrar, su esposa Karolinny nos recibe con dos besos en las mejillas, su suegro, con cadena de oro y gorrito cubano nos mira en silencio mientras que la esposa de éste, 40 años menor, junto a su hija de cuatro, nos invitan a sentarnos a una larga mesa blanca.

Las ollas que adornaban el mantel entregaban los deliciosos aromas que cuatro viajeros con poco dinero no podían comprar. El sabor de la mandioca, el arroz, el olor a carne de cerdo junto a sus cucharas para que cada uno se sirviese esperaban el rezo. “Junten sus manos y oremos para que llegue platita a esta familia” dijo la matriarca mientras que entre risas sonaba el amén.

Tras comer todos juntos, en el patio las sillas y los cigarros nos esperaban antes de ir a buscar pasajes rumbo a Asunción. Ahí, entendimos que el yerno seguía las acciones que el hombre con aspecto de Clint Eastwood brasileño ordenaba para mantener el negocio. Quizás, fue la frase del suegro de Gerardo que dijo mientras fumábamos la que dejó claro todo: “Si vienes a este mundo y no piensas en dinero, te mueres”, sobre todo si vives en una ciudad donde la droga paga campañas presidenciales.

Eran las cinco de la tarde, Gerardo ofreció dejarnos en el terminal para tomar el bus de las 5 y dejó un par de guaraníes, la moneda del país. Quien diría que en el lugar donde reina la impunidad y la corrupción, encontraríamos esa sensación de estar en casa.

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